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la rana que fue a buscar la lluvia

Cansada de que llevara meses sin llover, la rana Ritita cogió su maleta a rayas, esa que le habían regalado una primavera y que no había utilizado jamás, y se marchó en busca de la lluvia.

El resto de ranas la observaron extrañada mientras se alejaba de la charca.

– ¿Cómo va a encontrar la lluvia? Eso no se encuentra, aparece y listo.
– Se va a otra charca, como el resto de animales. Encontrará otras ranas, otras amigas y nos olvidará.
– ¡Qué desagradecida!

Pero la rana Ritita no tenía pensado mudarse a otra charca. A ella le gustaba mucho la suya, al menos le gustaba mucho antes de la sequía, cuando todo florecía a su alrededor, cuando el agua se colaba en los recovecos más escondidos y te regalaba siempre imágenes maravillosas: una flor flotando sobre la charca, una libélula haciendo música con sus alas, un caracol tratando de trepar a una piedra, las arañas de agua moviéndose con la sincronización de unas bailarinas acuáticas.

Aquel lugar era su pequeño paraíso, el mejor sitio para ver pasar veranos, criar renacuajos y enseñarles a croar y croar. Sin embargo la terrible sequía que asolaba la zona estaba dejando sin agua la charca y en consecuencia sin animales, que no tenían más remedio que mudarse a otros rincones si quería sobrevivir.

Por eso una noche sin lluvia y sin estrellas (con una luna llena enorme), la rana Ritita había decidido ir a buscar la lluvia. Ella no quería huir como el resto, ella quería que todo volviera a ser como antes y para eso necesitaban la lluvia. Y si la lluvia no venía, ella tendría que buscarla.

La rana Ritita, con su maleta de rayas, se alejó de la charca con decisión.

– Voy a encontrar a esa lluvia vaga y perezosa que ha decidido dejar de trabajar. La voy a encontrar y encontrar y encontrar…

Pero fueron pasando las horas y en el cielo solo veía un sol brillante y cálido.

– ¡Maldito sol! – exclamó enfadada – No puedes tener tú siempre el protagonismo. ¿Dónde está la lluvia?

El sol, que no estaba acostumbrado a que le echaran semejantes regañinas, quiso esconderse, ¡pero no había ni una sola nube en el cielo!

– Lo siento mucho, rana Ritita. ¿Te crees que a mí me gusta trabajar cada día? Llevo meses sin librar, y eso es agotador. Pero no sé dónde está la lluvia. Deberías preguntar a las nubes.
– Y ¿dónde están las nubes?
– Pues hace mucho que no las veo también. Otras gandules que se han ido de vacaciones.

La rana Ritita y el sol se quedaron pensativos. ¿Dónde estarían las nubes?

– Lo mejor es que preguntes al viento. Él es el encargado de traerlas de un lado para otro, seguro que te puede decir algo.

Pero aquella tarde de primavera no corría ni una pizca de viento. La rana Ritita decidió seguir caminando hasta que encontrara al viento por si este podía decirle dónde estaban las nubes y estas donde estaba la lluvia. Por la noche, la rana Ritita llegó a la orilla de un río medio seco y sintió una ligera brisa.

– ¡Viento suave! ¡Por fin te encontré! Ando buscando a las nubes para que traigan lluvia a nuestra charca. ¿Sabes dónde pueden estar?
– Hace tiempo que no veo a ninguna nube. Lo mejor es que busques el mar. De ahí salen la mayoría de las nubes.

¡El mar! Pero eso estaba lejísimos, tardaría tanto… ¡Menos mal que en su maleta de rayas la rana Ritita guardaba un montón de cosas útiles. Por ejemplo un trozo de corcho hueco que le había regalado una vez un zorro al que le salvó de un cazador. El zorro le había dado aquel corcho para que lo usara como silbato si alguna vez necesitaba ayuda. ¡Ese era el momento! Se llevo el corcho hueco a los labios y silbó, silbó, silbó y silbó.

El zorro apareció al poco tiempo.

– ¡Querida rana Ritita! ¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Cómo estás?

La rana Ritita le contó lo preocupada que estaba por su charca y que por eso había salido a buscar la lluvia.

– ¡Te ayudaré! Súbete a mi lomo y agárrate fuerte. Llegaremos al mar en apenas unas horas.

La rana Ritita jamás había marchado a esa velocidad. Los árboles aparecían y desaparecían y las mariposas y los mosquitos se iban quedando atrás. ¡Qué buena idea haber llamado a su amigo el zorro!
Tal y como este había anunciado, en apenas unas horas llegaron a una pequeña montaña desde la que se podía ver el mar. Estaba amaneciendo y el sol (otra vez el sol) teñía de naranja el agua. ¡Era una imagen preciosa!

Ritita se despidió de su amigo el zorro y dando saltos llegó hasta la orilla del mar.

– Buenos días, señor mar. Ando buscando a las nubes para que nos traigan la lluvia que tanta falta hace en nuestra charca. ¿Sabes cómo puedo encontrarlas?

El mar dejó que algunas olas se rompieran en la arena y luego murmuró pensativo.

– La única manera que se me ocurre de que las encuentres es sumergirte en mis aguas y esperar a que el cielo te absorba.- Y al ver la cara de asombro de Ritita soltó una carcajada y exclamó – Así es como se crean las nubes, amiga rana, ¿o qué creías? Pero vamos a lo importante ¿sabes nadar?

Claro que la rana Ritita sabía nadar, pero el mar, tan profundo y salado, era tan diferente a la charca que le dio miedo. ¡Menos mal que en su maleta de rayas tenía justo lo que necesitaba! Un paraguas que había traído con la esperanza de poder utilizarlo cuando encontrara la lluvia. Así que la rana Ritita utilizó el paraguas como barco y se adentró en el mar. Y esperó a ser absorbida por el cielo. Pero el viaje había sido tan agotador y estaba tan cansada que sin darse cuenta se quedó dormida.

Cuando se despertó ya no estaba flotando sobre su paraguas, sino sobre una superficie húmeda y esponjosa: ¡una nube!

– Buenos días, querida nube. ¡Por fin te encuentro! Estoy buscando a la lluvia porque se ha olvidado de mi charca y la pobre se está secando.

La nube se sorprendió de tener dentro una rana. ¡Una rana! Ella estaba acostumbrada a llevar pequeñas gotas de agua, no ranas parlantes.

– ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡Una rana dentro de una nube! ¡Increíble!

Ritita le contó toda su aventura desde que había salido de su charca y la nube se compadeció de ella.

– Tenemos que hacer algo. Pero aunque soy una nube, no puedo llevar mis gotas de agua a tu charca a menos que nos lo diga la lluvia. Tendremos que hablar con ella.

La nube le contó la historia a otras nubes, que se la contaron al cielo que tenía muy buena relación con la lluvia y podía visitarla siempre que quisiera. Así que el cielo habló con la lluvia y le contó la historia de la rana Ritita.

– ¡Menudo viaje solo para encontrarme! ¡Vaya rana más valiente!

Así que la lluvia, que era buena aunque un poco despistada, por eso a veces se le olvidaba hacer su función en algunos lugares, decidió ayudar a Ritita.

– ¡Esto no puede ser! Ordeno inmediatamente que esa nube salga pitando hacia la charca de nuestra amiga.

Y así fue. La nube comenzó a sobrevolar el cielo y al ratito llegaron a la charca.

– Es el momento, Ritita. Prepárate, porque además de gotas de lluvia, también caerás tú.

El cielo se volvió oscuro, el sol se retiró a descansar (¡por fin!) y comenzó a llover con fuerza sobre la charca. Todos los animales que aún quedaban allí, abandonaron sus escondites para salir a disfrutar de aquel momento. ¡Estaba lloviendo!

Y entre las gotas de lluvia, de repente, vieron aparecer a la rana Ritita con su maleta a rayas y comprendieron que, tal y como había prometido, había traído la lluvia. ¡Lo había conseguido!

Desde entonces la despistada lluvia nunca más volvió a olvidarse de aquella charca y la rana Ritita guardó su maleta a rayas y nunca más tuvo que usarla. ¿A dónde se iba a marchar pudiendo quedarse en el lugar más maravilloso del mundo?

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