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la vida secreta de. . .

1

Poco a poco fueron aumentando las luces de la gran metrópoli. La luz amarillenta de los faroles se esparcía a lo largo de las amplias avenidas, haciendo brillar de un modo particular aquellas sendas. La gente apresuraba el paso y despejaban, apremiadamente, el paisaje de concreto; dejándolo desolado y silencioso. De vez en cuando, se escuchaban a los gatos que, desesperados y asustados, buscaban algún basurero para refugiarse de ese torbellino de ruidos. El aire frío del norte advertía el invierno que, prematuramente había dado muestras de lo duro que sería ese año. Eso no sería lo único difícil que tendría que enfrentar Pablo. Él era un reconocido abogado que trabajaba para el gobierno desde hacía mucho tiempo, lugar que le había heredado su padre después de jubilarse.

No sé si sea cosa del clima pero, siempre sucede que en invierno cualquiera busca la calidez y el equilibrio que dan el tener una relación afectiva constante. Y no sé si sea eso, pero en aquellos que buscan tener una, se acentúa más esta peculiar característica. Todo es romántico, cada pequeño detalle de romanticismo despierta un sentido de esperanza renovada para aquellos que, teniendo un corazón lleno de amor, no encuentran a nadie que quiera recibirlo. Y esperan la llegada de esa persona especial que llenará sus vidas con seguridad y afecto que sólo ese sentimiento tan puro puede proporcionarles. Sin embargo, sucede para algunos que, creyendo haber encontrado al amor de su vida, el final de la historia no es “y vivieron felices para siempre”.

Eso me recuerda las incidencias por las que pasó Pablo. Cuando lo conocí, era un chico jovial y lleno de ímpetu. Amable y bondadoso para con los que lo conocían. Siempre responsable y cariñoso, aunque esos ojos azul brillante reflejaban un dejo de tristeza. Ese contraste me parecía enigmático y me hacía soñar con su cuerpo. Flaco, desgarbado, con su rubio cabello graciosamente despeinado, su cuerpo levemente marcado por el ejercicio matutino que realizaba todos los días. Su piel blanca y su cara de adolescente despertaban en mí un sentimiento increíble.

“Bueno días señor Montero,” dijo Pablo cuando entraba a mi oficina. Fue la primera vez que lo vi y escuché su voz. Me encontraba revisando las listas de asistencia de maestros. Levanté la mirada y no se cuantos minutos pasaron antes de que pude pronunciar difícilmente un ¿Sí?,

“Quiero saber si el profesor Gutiérrez vendrá hoy.” Dijo.

“Habló para decir que tardará un poco... dile a tus demás compañeros que lo esperen.” Pablo notó mi nerviosismo y agachó la cabeza un poco. Sin dejar de mirarme sonrió delicadamente. Estaba a punto de decir algunas, pero uno de sus tantos amigos entró precipitadamente y lo jaló del brazo. ¿Por qué sentía eso? Yo que había tenido unas cuantas relaciones con hombres de mi edad, jamás había sentido tanta atracción por un jovencito, sobre todo que en ese momento no pude hilar un simple enunciado, conozco todas reglas gramaticales, pero de pronto se me dificultó poner un predicado después de un sujeto y vaya que ese sujeto era lo más hermoso y delicado que había visto hasta entonces. Ese es un terreno que nunca había explorado, sin embargo no me era difícil enredar un muchachito sin experiencia, sería una presa fácil, pensé.

Como el interés tiene pies, decidí investigar un poco sobre la vida de este chico. Así que empecé por ver en que salón estaba, su horario de entrada y salida, quienes eran sus amistades y sus maestros. Algunas veces veía que venían por él, pero siempre eran diferentes carros, con vidrios polarizados.

Se acercaban las vacaciones, por lo que decidí planear un viaje. Gozaba de buen sueldo en la escuela y aparte tenía un negocio de compra y venta de aparatos electrónicos. La verdad es que uno de mis mejores amigos se le metió en la cabeza eso del viaje. Serían mis merecidas vacaciones, ya que había pasado tanto tiempo sin que hiciera un viaje.

A pesar de la emoción de planear, administrar y prevenir todo lo que implica salir de viaje, no podía sacar de mi mente la imagen de Pablo. Vivía en una colonia de mucho prestigio, su padre era un reconocido político que había sido alcalde del estado y que tiempo después se postulaba para presidente. Pablo conocía sobre viajes, ya que desde niño había visitado Europa y parte de Asia, pasando en Ámsterdam algunos años. La tierra sin leyes, el país donde nada está prohibido y nadie le importa lo que su vecino hace con su vida. Por supuesto, él no viajaba solo, siempre estaban a su lado los guarda espaldas. Ya se había acostumbrado a ellos, su padre pensaba que había que darle protección a su único hijo, el que un día siguiera sus pasos y se convertiría en el próximo presidente. Pablo era muy independiente en ese aspecto, temerario, pero siempre muy respetuoso de las ideas que tenía su padre, así que cuando supo que un grupo de personas lo acompañaría a dondequiera que fuera no objetó y hasta le pareció divertida, en aquel entonces, la idea de estar rodeado de personas ajenas a su familia inmediata.

Desde niño siempre fue muy ingenioso, gustaba de jugarles bromas a sus permanentes guardianes. Se hacía el desaparecido, llegando a movilizar, de manera estresante y desesperante, a sus protectores. Un día, después de clases, porque lo más importante para su padre era el estudio, siempre lo mandó a las mejores escuelas, pero a él, como cualquier chiquillo curioso, le gustaba explorar los lugares, las ciudades, conocer gente así que salió a conocer un poco. Los guardias al ver que no llegaba, decidieron ir al salón de clases a investigar que pasaba. Al ver el cuarto vacío se dieron cuenta de que estaban en un problema, ¿cómo le iban a explicar al jefe que su hijo había desaparecido? Habría que inventar un excusa muy buena y creíble porque ellos conocían su trabajo, habían nacido para ello, no se trataba de amateurs, era un grupo profesional, reconocido y prestigioso. Después de una hora de revisar los alrededores, lo encontraron en una tienda de comics, hablando con un hombre maduro, de aspecto sospechoso, que al ver que se acercaban, huyó sin dejar rastro.

“No vuelvas a hacernos eso” dijo uno de ellos, evidentemente furioso. “¿Qué te dijo? ¿Quién era?”

“No era nadie, ¿De quien hablas?” contestó dejando ver un su rostro algo de nerviosismo.

“Si tu padre se entera de que te estás metiendo en problemas...” tomándolo del brazo fuertemente y llevándoselo al carro.

“¿Qué te crees que eres? Dedícate a tu trabajo y deja de molestar o le diré a mi padre que me maltratan y ya verán como les va.”

Mientras lo metía al carro otro de los guardias que estaba revisando la zona llegó con el primero.

“Desapareció, no supimos a donde fue. Llévate al niño, en media hora nos vemos en la casa.”

El carro arrancó, los demás se quedaron revisando bien, buscando alguna pista, pero sin resultados, después de media hora todo estaba como antes.

De pronto, una de las paredes de la tienda se abrió dejando ver claramente una entrada. Pasaron unos segundos y salió el señor Portilla quien vestía ropa casual, jeans y playera que dejaban ver su pronunciado abdomen. Parecía una persona normal aunque la expresión en sus ojos reflejaba cierta lascivia, sin embargo su sonrisa lo hacían parecer amigable. Su pelo, aunque escaso, ya pintaba algunas canas, sus manos grandes y fuertes y su tupido bigote lo hacían ver aun mayor. Aunque su rostro no tenía arrugas, se notaba que era un hombre de más de cuarenta. Dio un vistazo a ambos lados de la calle, no parecía turbado por lo que había pasado, sino mas bien satisfecho de haber logrado su objetivo: hablar con el niño, solamente tendría que esperar hasta mañana para continuar con su plan. Esa carne fresca no se le escaparía de las manos, tenía toda la paciencia del mundo, así que cerró tranquilamente la puerta de su escondite dejándola perfectamente invisible, dio media vuelta y siguió caminando con toda tranquilidad.

Es increíble pensar como mentes tan afectadas pueden crear cosas tan ingeniosas, sobre todo si hay dinero de por medio o algún otro beneficio. Hay quienes llegan a ser presidentes, senadores, directores de escuelas, etc. Sin que se note en ellos algún desorden. Son capaces de arriesgar todo con tal de conseguir lo que quieren, sin importar quién o qué se interponga en su camino. Solamente tienen un pensamiento y viven por hacerlo realidad, aunque esa realidad implique muertes, sufrimientos y maltratos de ellos hacia los demás. Hasta la más inocente apariencia de una criatura, pudiera ser un monstruo atroz y pervertido en su interior, que no se detendrá ante nada con tal de llevar a cabo sus ideas y pensamientos.
Datos del Cuento
  • Autor: pocoloco
  • Código: 5863
  • Fecha: 16-12-2003
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 6.71
  • Votos: 38
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5071
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