Sus grandes y expresivos ojos negros se paseaban en derredor, confusos. En ocasiones, el sol le obligaba a guiñarlos torpemente, pero otras veces los clavaba en cualquier excéntrico que se atraviera a pasar por delante de él, y entonces una sonrisa fugitiva, casi infantil pero yo sé que asustada, se dibujaba fugazmente en sus finos labios. Vestía un gabán muy pesado de corte alemán, y un sombrero gris cubría la mitad de su espaciosa frente.
No volví ya a verle. Nunca más tuve el privilegio de encontrarme con Napoleón Bonaparte vivo.
dime reflexivo escritor... el gabán por esas casualidades, no tenía pintada una esvástica?