No es un cuento, ojala lo fuera... al menos sabria el final.



Es un día de esos en que te sientes fea, no importa el maquillaje o lo que te pongas, todo sabe a gris.

El cielo esta nublado, como mis pensamientos, como mi iniciativa, como mi voluntad el día de hoy.
Sobresale de todo esto, una carpeta entre tantos otros papeles. Todos iguales llenos de números, letras firmas, condiciones, símbolos, membretes.

Mi carpeta es diferente a las demás, para empezar es blanca... es mi consentida. Cada vez que me siento saturada, triste o gris (como hoy), recurro a ella. Es mágica. No corresponde a ninguno de mis clientes, ni hace referencia a valores monetarios, especificaciones o vigencias. Me basta con abrirla y al leer la primera línea de cualquiera de sus hojas, me transporta.

Es como si abordara un helicóptero y volara a través de sueños en donde lo absurdo e imposible toma forma. Me mantiene en un estado de fascinación. Me inspira a pensar que mis sueños son compartidos y que la princesa de mi cuento personal, encuentra por fin a su príncipe.

El príncipe existe, es real... pero tan humano y de carne y hueso que no se da por enterado de que mi imaginación vuela hasta él las veces que requiero de un suspiro.

Él es completamente ajeno a mis desvaríos, pero sus letras me hacen vivir el sueño de amor que inventamos, compartimos momentos sin estar. Nos hemos ingeniado para suplir la presencia física con palabras.

Mi carpeta blanca siempre esta al alcance y a la vista. No siempre me alcanza el tiempo para leer completa una carta o un poema, pero el saber que existe y que ahí esta es suficiente para seguir.

Se que alguna vez él llegara a buscarme, todos los plazos se cumplen. Todas las historias tienen un final, no siempre feliz... pero mientras viva, tender junto a mí la misma carpeta blanca con hojas de papel llenas de hormiguitas negras que traen aroma vivo de su ser, de su sentir, que hoy por hoy le dan sentido a mi vida y dirección a mis sueños más profundos...