Parece que a mí me saliera la existencia como un vehículo usado, como un coche de segunda mano. Más tiempo en el taller, remendado por mecánicos, que en la calle funcionando.
Así tuve el amor, en deterioro, en desespero, en impaciencia, un día sano y cien malo.
Ya nunca más, dormido, voy a abrazar a nadie. Ya quizás no vuelva a soñar siquiera. Deberé resignar mi tránsito mundano a ser espera, quién sabe si la espera de los que ya no esperan nada.
Seré posiblemente ese seco calcetín que cuelga al viento, instalado sin alma en un aire de vaivenes.
Habré de dejar los sueños como se deja el tabaco, cambiando de acera al pasar por un estanco y mirando hacia otro lado al ver fumar a los demás.
Quitarme de soñar, ser como tantos, alejado de la vida, vegetando.
Y eso que yo no esperaba una experiencia capaz de cambiar el mundo, ni que el azar me regalara con mil amores sublimes. Sólo quería en mi conformar modesto, una tenue, una leve sintonía a mi frecuencia, un amor moderádamente eterno.
Ahora hundiré mis pies como piedras a la tierra, en definitivo exilio de la nube al suelo, y me diré otra vez: ésta va en serio.
Pero, !Dios!, ¿cómo he de hacerlo, si mi corazón tirano es el que ordena, y le envía, en sentido inverso, un mar de chispas al cerebro?.
Lajos Zilahy escribió "El alma se apaga"; y Luis Jesús se amilanó ante su alma que divaga. ("Moderadamente eterno")