*pepona*
Nocheros furtivos.


Miles de estrellas guiaban la senda de los arriesgados navegantes.
“El Tigre” un moreno de dientes relucientes como granos de mazamorra había sido el inventor de esa agónica travesía.
El emparchado gomón que les servía de barca había sido, en sus orígenes, parte de la rueda de una antigua máquina agraria, extraño artefacto, orgullo de algún terrateniente, abandonada en una finca y rescatada en secreto por los intrépidos muchachos.
Por remos, unas largas cañas a las que les adosaron grandes hojas de palmas traídas de la ribera.
Partieron entrada la noche. Un vaso de leche de coco con ron, era todo lo que llenaba sus escuálidos estómagos, pero la aventura se presentaba fascinante...
Seguirían lentamente el curso de ese río atrapador, selvático, con nombre de pájaro... Orinoco.
El silencio de la noche sólo es interrumpido por el sonido agorero de algún búho que, asustado quizás por la presencia de alguna fiera perdida, ensombrecía la alegría de estos improvisados exploradores
El Tigre con valentía y perseverancia marcó el lugar para iniciar la pesca primitiva. Una caña o un rudimentario arpón y uno, dos, tres, diez peces... no saben cuantos serán esta vez...
...
Al regreso el magro botín obtenido en la noche, unos peces barrosos y malolientes, será repartido con equidad.
Mañana, será recomenzar... aunque con una diferencia, se notará la ausencia de “El Tigre” quien perdiera la vida en la madrugada, en una desigual pelea con el “Rey del río”, un gigantesco cocodrilo que los acechaba desde la orilla.
Así es la vida de estos pescadores furtivos, pescadores de ilusiones que combaten el hambre de sus remotas aldeas a bordo de barcas con vaivenes de hula-hula.