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pequeñas necesidades

tenía al lado mío un libro de Dostoyevski, sus Obras Completas, Tomo 1. tenía tapa de cuero, y era un Aguilar de 1953, quinta edición. en esta edición está Pobres Gentes, El Doble, etc., es decir, sus novelas cortas. leí la primera, me entusiasmó mucho, bueno, era un grande, pero su estilo, aunque era una traducción de Rafael Cansinos Assens, era poco menos que interesante, además era una de sus primeras obras. dejé el libro y me puse a leer mis cuentos. no sé por qué, me gustó mas, quizá porque me reconocía, me agradaba leerme y encontrarme en las letras, no sé con certeza, quizá tenga algo de adonismo, no sé con certeza, pero allí estaba, leyendo mis cuentos, mis poemas escritos sobre papel, y me pregunté qué era lo grande en mí y qué era lo grande en Dostoyevski... ¿lo que está escrito en las clases y talleres de literatura?, ¿lo que dicen los grandes escritores?, en fin, debí sentarme y escribir para relajarme ante tamaña blasfemia literaria. he leído mucho a Dostoyevski, casi todas sus grandes novelas, pero las pequeñas, aún no había tenido la oportunidad. seguí escribiendo y me di cuenta que no tenía mucho que contar, salvo aquel momento en que me senté frente a la vitrina de una tienda comercial y me puse a observar a esa muñecas humanas, vestidas de ropas suntuosas y caras, definitivamente caras, lejos del alcance del bolsillo de la gran mayoría. aún así, seguí observando la vitrina, admiraba la idea de aquel artista del marketing, en verdad, algo original. eran mujeres pintadas de blanco, como el mármol, vestidas con las ropas usuales, pero, se movían un poco, sobre todo cuando se acercaba el público, yo por ejemplo. la gente entraba pero yo seguía admirando las bellas modelos. pasó unos minutos y tuve que seguir caminando rumbo hacia la librería que era el lugar hacia donde me dirigía. entré y vi uno de los libros que mas amaba. era un Quijote, en facsímile, con gráficas de Dore. lo cogí, pesaba como un tablero, lo olí, pues cada libro tiene su aroma. pasta de cuero, letras doradas, hojas gruesas como la cera, y la tinta no era negra, no tanto, podría ser del color de la noche enamorada, alumbrada por la luna. y los dibujos, dios mío, representaban tanto, o mas que las letras mismas... allí Sancho, el Quijote, su Dulcinea, etc. pregunté el precio al librero y me lo escupió en el alma. demasiado caro para mi bolsillo, pero, no podía soltarlo, tenía que llevármelo. miré mi billetera, mi tarjeta de crédito, y dije: por favor, no lo vendan hasta una semana, voy en busca de ayuda... perdón, en busca de un préstamo. me miraron como a un poseso y asintieron. pregunté si podía continuar hojeándolo. si, respondieron. la pasé mas de hora y media hasta que sentí las inquisidoras miradas de los libreros. ya vuelvo, le dije al libro. lo volvía a oler y casi le doy un beso en las hojas, suaves hojas de cera, de algo que no tiene nada en el mundo, podría ser la piel de la belleza, no lo sé con exactitud. salí de la librería y caminé hacia mi cuarto. llegué y me puse a escribir, tal como les contaba, y escribí acerca de la belleza de los libros, de una estatua, de los libros antiguos, cuando de pronto, me detuve, dejé de escribir y fui hacia la calle, como si fuera un sonámbulo. no recuerdo qué tenía puesto, pero salí. el frío me dijo, mientras caminaba, que no tenía zapatos ni abrigo. estaba en pijama, era lo que me cubría, pero algo me jalaba. caminé hasta llegar a un parque. vi una estatua, era la de Vallejo. me senté a su lado y le miré su cabeza. estaba triste, pero no sentía el frío que yo sí tenía. le pregunté el por qué se había muerto casi de hambre. no se movió, pero me dijo que fue por culpa de la belleza, amaba la belleza tanto como a la mujer. hubo noches enteras en que no dormía ni comía, tan solo tomaba vino y queso sin parar, a pesar de los gritos de su mujer. escribía de aquello que mas lo atormentaba y recordaba. su gente por allá, al otro lado de las cosas, donde los sueños viven en total comunión y equilibrio con la dualidad. le dije que no le entendía bien, y él respondió que no importaba entender, no importaba nada. ¿qué es importante en la vida?, le pregunté. me dijo que vivir dentro de la belleza, dentro de esa pureza que aún no alcanzaba mas que arañar... vivir en total unión con la belleza es una manera de morir eternamente, dijo Vallejo. gracias, le dije y volví caminando hacia mi cuarto. me senté a escribir, o a continuar escribiendo cuando vi de nuevo el libro de Dostoyevski. lo abrí y volví a leerlo, me gustó bastante y era extraño pues estaba leyendo las mismas páginas que leyera mas temprano, pero ahora me sabían a belleza, a total belleza... olí las páginas y recordé el libro del Cervantes. gracias, le dije al libro y a toda la belleza que venía y se iba como el día y la noche... me gustó aquel entendimiento y dejé de leer, y continué escribiendo, o escribiéndome sobre la mismísima realidad...


san isidro, mayo de 2007
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 18475
  • Fecha: 11-05-2007
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.33
  • Votos: 106
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4927
  • Valoración:
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