En el río que pasaba por una hermosa finca se encontraban unos niños jugando con el agua. Alborozados y contentos cantaban al mismo tiempo que en el agua se bañaban. Disfrutaban mucho y sus padres les contemplaban contentos de ver como ellos disfrutaban y alborotaban.
Un buen día el río se embraveció y los padres asustados a los niños no dejaron bañarse porque tenían miedo de que pudieran ahogarse. Así que con mucho cariño, a los niños, aquellos buenos padres, advirtieron, pero uno de ellos era tan travieso, que no hizo ningún caso de los consejos y en cuanto pudo se escapo y se fue al río y se baño. Pobre niño, con su desobediencia no ganó porque en el río se ahogo.
Aquellos padres lloraron desconsolados porque se echaban la culpa por haberse descuidado, pero no, de ellos no era la culpa, pues ellos les habían advertido que tuvieran cuidado, pero aunque a veces lo pensaban, seguían desconsolados. Aquel niño con su inconsciencia a sus padres había apenado.
Nunca la desobediencia es buena pues a uno mismo perjudica
y a los demás apena.