La tibieza del sol y su luz incandescente despertaron a Melody . Se levantó de su cama y fue junto a la ventana, que estaba abierta, aspiro profundamente y ese aire puro inundó su cuerpo de felicidad. ¡Otra vez en la chacra! ¡Otra vez en el campo! Salió apresurada de su cuarto, bajó las escaleras como volando. Allí estaba, con su intenso azul, el cielo interminable y la brisa perfumada del verano. Tomó su desayuno, pero antes abrazó fuertemente y con muchos besos, a su abuela, que se lo había preparado con cariño. Luego salió caminando y corriendo a la vez, todo el campo era suyo.
Llegó al establo tomó su caballo y sin darse cuenta había tomado la dirección del vado. En ese paraje pudo ver del otro lado de la orilla unas hermosas camelias blancas. Sabía que era peligroso cruzar, pero las deseaba tanto, que empezó a cruzar con bastante temor, porque la corriente de agua era muy fuerte, pero continuó porque el deseo era aún mayor. Justo al llegar resbaló. El pobre caballo y ella quedaron empapados, pero qué importancia tenía estar así, si allí frente a sus ojos estaban radiantes y con su blanco tan blanco, las hermosas camelias.
Lo había logrado y se sentía muy feliz. Regresó contenta a la chacra, con el ramo de camelias en las manos y se lo ofreció a su abuela, junto con su inmenso cariño. Supo que esa aventura, valió la pena, al ver el rostro alborozado de su abuela.