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El muerto

~Manolo no podía desprenderse de esa persistente gripe que lo asediaba desde hace una semana. Para la segunda consulta, el Dr. Villanueva había tenido que ir al apartamentito en Santurce donde vivían el paciente y su esposa, Sara, a auscultarlo una y otra vez. “Sólo es una gripe bastante fuerte y para eso le he recetado sus medicamentos. No se preocupen, lo que sucede que a los 75 años no se la pasa uno tan fácilmente como cuando tiene treinta, ¿o no, Don Manolo?
-“Se pasa de mierda”-contestó lánguidamente el paciente, con una voz carrasposa y débil,que el Dr. Villanueva reconoció no sólo como el producto de la enfermedad,sino de la pobreza y de la vejez.
-“Doña Sara, continúele dando las medicinas a Don Manolo y no se desespere. Es natural que a su edad tarde un poco más en mejorarse. ¿Por qué no le prepara un caldo de pollo, suavecito para el estómago, pero que le levante el espíritu?
Desde ese día, Sara se levantó temprano todos los días a preparar el caldo. No iba a hacer como todas las vagas que conocía, o sea, dejar hervir el pollo y echarle un poco de sal. Para su Nolo,prepararía un caldo delicioso, con zanahorias,apio,ajo,cebolla, cilantrillo y hasta maíz. Se tardaba bastante en prepararlo, porque quería que todos los ingredientes dejaran su impresión y su sabor particular en en el caldo. El primer día en que le llevó su caldo a Manolo, éste pareció tomar un poco de color y se animó a encender el televisor y ver a “Columbo”, su programa preferido, durante unas horas. Sara estaba convencida de que en aquél caldo se habían reflejado todo su amor y todas sus buenas intenciones, así que continuó preparándolo y sirviéndoselo en la cama a Manolo, quien lo sorbía con avidez mientras veía la televisión. Luego de unos tres días , Manolo comenzó a desmejorar. Perdió el color nuevamente, se fatigaba al hablar y su respiración era entrecortada.
“Sarita, mija, a ti es a a quien más quiero en ésta vida”-le dijo Manolo el cuarto día.
Desde entonces, Manolo no volvió a hablar. Su mirada se quedaba fija en el televisor durante todo el día. Sara, por supuesto, se culpó a sí misma. Lo más probable es que no estuviese poniendo el esmero de antes en su caldo, se había confiado y por eso Manolo había empeorado, así que todos los días lo preparaba, se lo servía y hasta lo alimentaba ella misma.
“Eso es,mijo, cómete ésto y te me pones bueno rapidito. Después te tomas las medicinas que te recetó el doctor. !Ay! Se te ensució el pijama. Te lo limpio ya, pero cómete este poquito más, mi Nolo del alma,mi viejo querido, pa’ que te me cures ya”.
Cuando la policía llegó al apartamento de Doña Sara y Don Manolo, respondiendo a las quejas de sus vecinos de un hedor insoportable que provenía del lugar, tuvieron que taparse la boca y la nariz con un pañuelo. El hedor era insoportable. Casi no se podía respirar en aquél espacio tan pequeño, por lo que no podían comprender por qué aquella anciana que, ahora cocinaba algo parecido a un caldo en la estufa, ahora servía un poco en un plato hondo y ahora lo llevaba a la habitación adonde la siguieron y encontraron a un anciano muerto y en estado avanzado de descomposición, parecía no darse cuenta ni del hedor ni de su presencia.
Necesitaron dos de sus hombres y una mujer policía para sacar a Doña Sara de la casa. El Sargento Miró vio al anciano,muerto en su cama desde hacía una semana. Las moscas lo rondaban. Su boca, cuello y la camisa del pijama estaban empapados de caldo.
“Pobre vieja, coño”-dijo Miró ,tomando una cuchara de forma inesperada y probando el caldo que con tanto amor había preparado aquella señora que ahora sería enviada a un asilo. Miró sonrió tristemente después de probarlo.
“¿Qué pasa, Sargento?”-preguntó el Oficial Pérez, el único que pudo entrar y quedarse adentro sin vaciar todo su contenido estomacal, cosa que sucedería muy pronto si veía al Sargento comenzar a comer afanosamente el brebaje..
“No entiendo qué pasó”-respondió Miró- “Este caldo está como para revivir a un muerto.”
 

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