A Joaquín Ledo, Pau, Ángel Félix, Celedonio, Lourdes, Ithaisa, Lucy-a, Lebana, Zulema, Sigri, Alejandro J Díaz, Maria Eugenia y el Jíbaro del río, el Comandante.

Del otro lado de la colina.

Tarde ya, avanzado el día, decidí emprender el viaje de regreso al origen de las cosas, 24 de Diciembre, cerca de las cinco de la tarde, se me antojaba lejana la cumbre de la colina, comenzaba a ponerse el sol, que estallando entre las nubes desangraba al cielo con hermosos rayos crepusculares, un ramillete de rojos, anaranjados y fucsias se encargaban de convertir el horizonte en un mundo de fantasía que atraía al caminante como el mítico canto de las sirenas. Comencé el obligado ascenso, conciente que antes de la definitiva puesta del Sol, debía alcanzar el otro lado de la colina, emprendiendo mi camino, a cada lado de la calzada podía divisar casas que poco a poco se convertían en fantasías multicolores por los juegos de luces navideñas finamente arregladas y cuyos dueños tempranamente encendían.
Un frío viento, suave como la mano de un niño se dejó caer por la colina, en él pequeños cristales de nieve se fugaban del cielo y cubrían el suelo asemejando diamantes, -adiós amigo- me dijo una voz, era Joaquín, que regando una hermosa rosa le cantaba piropos a las transeúntes, apure el paso dedicándole una sonrisa, mientras un bello petirrojo pasaba frente a mi, huyendo de una posible nevada que pugnaba por caer, subí más exigiéndole a mi corazón que trabajara mientras mi mirada se extraviaba entre los moradores del villorrio, aquel hombre alto, vestido de traje largo, rodeado de niños que le amaban y cantando villancicos, era Celedonio, el hombre de la misión trascendental y los escritos elocuentes, no me saludó, estaba ocupado regando con amor los retoños del futuro y cantándole a un Señor cuyo amor tuve el honor de conocer; a un lado del tumulto de niños sonrosados por el frío, Lourdes y Pau comentaban con palabras de sabiduría unas veces, de admiración las tantas otras, los escritos de los poetas que habitaban la colina, lejos al oeste, Maria Eugenia se divertía hablando con su paisano, mientras éste orgulloso se reconocía jíbaro del río, eran amantes del mar, y hacia él apuntaban sus plegarías, las casas se apretujaban a medida que subía, y por los amplios ventanales la gente se veía haciendo sus actividades previas al magno acontecimiento que estaba por revelarse. Ithaisa, la niña de espíritu que escribía de la vida sacaba a refrescar un enorme pavo, Lebana, la eterna enamorada, escribiendo sus cosas y casos de la vida de vez en cuando degustaba una galletita, Zulema no me vio, alegre recibía en la puerta de su casa al comandante, al hombre de su vida, al quijote que intentaba en sus escritos cambiar a un mundo ingrato que no estaba dispuesto a ceder, y Sigri, mi pequeño angelito, aquella que tantas veces me deleitó con suaves escritos arrancados del corazón, se dejaba ver por la ventana atisbando al horizonte, como esperando a alguien que tardaba en regresar, Ángel Félix y J Díaz discutían de filosofía, Alejandro en prosa, y Ángel en poesía, cordialmente me saludaron cuando apurado alcanzaba ya a la cima, cerca de ella la casa de Lucy-a, cuyo impredecible carácter le imprimía esa especial belleza a sus escritos, colocaba el último regalo al pie del árbol de navidad. Terminé mi recorrido, ya estaba en la cima, del otro lado de la colina se veía mi casita con el hogar encendido, y en la puerta de la casa, Indiana la florcita de ébano me esperaba, con panes de canela y ponche a base de huevos, una sonrisa en la cara, y la fe que compartíamos, pronto celebraríamos el natalicio de nuestro Salvador, atrás quedaba el bullicio, adelante el hogar, y en el corazón de todos el amor de Dios.

Feliz navidad a todos amigos.
Eddy e Indira