"Traes enloqueçidos muchos con tu saber, fázeslos perder el sueño, el comer y el bever, fazes a muchos omnes tanto se atrever en ti, fasta que el cuerpo e el alma van perder." LIBRO DE BUEN AMOR - Arcipreste de Hita (escrito entre 1330 y 1343) Pasaron siglos desde que aconteció el prodigio del que las crónicas hablaron, muertos ya todos los viejos del lugar, aquellos que desde los abuelos de sus abuelos veníanlo contando para asombro de propios y extraños; el mago y la princesa, los dos en amor fundido, vivían en el Olimpo, morada de dioses, semidioses y otros seres mágicos y divinos. Allí, cobijados por Zeus y Afrodita y ya sin saber ni tener noción del tiempo, disfrutaban de su eterno idílio, tan solo interrumpido en las escasas ocasiones en que del terreno mundo llegaban noticias infaustas traídas por Hermes sobre las andanzas de Ares, las cuales hacían que allí, en el Erebo, Hades diera cobijo interminable a todos los llegados, mientras el mago cultivaba la amistad de Atenea. El mago, curioso sempiterno no era nada ajeno a las noticias que del mundo llegaban, por lo que decidió, no sin pesar, dejar por un tiempo a su amada y regresar de nuevo a Puente Genil, al mágico lugar donde comenzó la más bella história de amor que jamás hubiesen visto los habitantes del lugar. Dejando pues a su amada bajo la protección del mismísimo Zeus y de su esposa Hera y acompañada por el cásto Hipólito, despidióse de la misma entre promesas contenidas y lágrimas furtivas, entre las cuales navegaban los besos y las caricias, las siempre dulces y tiernas caricias. Ataviado pués a la moderna usanza, para nada reconocible bajo tales vestiduras, encontróse el mago de nuevo en su tierra, tan solo su mirada de fuego y su porte altivo y noble lo diferenciaban del resto de los mortales, a los cuales, de nuevo contemplaba despues de siglos de ausencia, producto del amor por la princesa tan deseada. Mas sorprendióse el mago al ver que aquellos parajes que debíanle haber sido familiares, habíanse trocado en desconocidos lugares, pues donde antaño se levantaban hermosos palacios y discurrieran límpidos riachuelos, encontrábanse enormes edificios, similares a verticales colmenas y rios grises, de solidas materias por los que discurrian extraños animales metálicos de piernas redondas, que en su interior transportaban a diversos números de mortales a velocidades tan increibles que pensó el mago debian ser obra del mismísimo Hefesto. Vió así mismo como por el cielo, no tan azul como aquel por él recordado, cruzaban extraños y rugientes pájaros de extrañas formas, vió en fin, que ya nada quedaba de su mundo, aquel lejano mundo de amor y mágia. Mas no se amilanó y valiente en su busqueda, pues seguro de su poder estaba, siguió caminando por días y días, descubriendo lugares, gentes y atisbando tanto miedos como maravillas, pero, en su corazón de mago se iba asentando la fatal duda, pues antiguo conocedor del mal en todas sus formas, iba descubriendo hechos que le hablaban de mágias poderosas, de antiguos elixíres no perdidos y de quien sabe cuantas cosas más, todas ocultas a nuestros pobres ojos de mortales. Conforme iba pasando el tiempo (el nuestro, pues ya nada importaba el mismo para un inmortal como él), iba descubriendo que no todo era malo y hasta complacíase en muchos de sus hallazgos, así, vió con buenos ojos aquellas pequeñas cajitas que, de todos los colores y formas llevaban los humanos, las cuales, de forma mecánica llevaban a sus oidos en cuanto estridentes tonos hacian salir de sus entrañas, comprobando como se comunicaban a través de los mismos, dejando que sus mágicos poderes comprobaran como por aquellas ondas circulaban mensajes de amor, de desamor, de amistad y odio, de placeres y negocios, en fin de todo tipo de comunicaciones que acercaban o alejaban a los que los recibian, según la clase de lenguaje y contenido que en ellos portaban. Sin embargo, una tarde, cuando ya Noctis extendía su oscuro manto sobre el mundo, atrajéronle unas luces a unas transparentes paredes que dejaban ver el interior de aquel cubículo; en él, un numeroso grupo de humanos, jovenes en su mayoría se encontraban sentados, los semblantes iluminados por la luz procedente de unas cuadradas pantallas, los ojos fijos en las mismas, las manos, nerviosas movían unos extraños adminículos en todas direcciones, mientras dos dedos apretaban nerviosos sobre los mismos. En sus caras vió todas las expresiones habidas, vió el amor que tanto conocía, vió el odio, el hastío, la indiferencia, la felicidad, la buena y la falsamente conseguida, el interés y el vicio, vió en resumen, todo el repertorio de sentimientos que de los humanos recordaba, por lo que sin poderse contener y curioso por descubrir que era tamaña maravilla, entró en aquel lugar y, con sus conocimientos de siglos, ningún inconveniente tuvo en tomar asiento y confundido entre todos aquellos, comenzar a descubrir lo que escondía aquella pantalla. De forma voraz comenzó a recorrer aquel universo en tan pequeño lugar encerrado, encontrando allí todo lo por él recordado, sabído o adivinado, siendo grande su sorpresa al leer su propia historia, rescatada de los ancianos relatos por un tal Fernando García, pero allí, agazapado entre tanto contenido su ojo experto y sobre todo, su poder por el tiempo aumentado, le hizo ver la sombra de un mágico hechizo, fuerte, maligno, concebido por algún mago negro, alguno de aquellos que cuando el reparto de los mágicos poderes, optó por el camino facil, el del miedo y el engaño y que ahora, a través de aquella iluminada pantalla de atractivos colores, extendía sus tentáculos hacia el alma de aquellos dedichados que, ajenos a su suerte, permanecían agarrados de aquel mundo virtual, convirtiendo en realidad el hechizo que sobre ellos se había lanzado. Allí todos encontraban su sitio, así el conquistador conquistaba, soñaba el soñador, la lascivia llenaba el alma del lascivo y desgranábase el jugador con pedacitos de alma en cada clik que lanzaba. Habíase perdido el norte, y ya nadie la realidad controlaba, ya no eran capaces de ver la belleza, la poesía o el sentimiento, ya no el mensaje o el conocimiento, tan solo se dejaban llevar por la turbia corriente del más inerte torrente, siguiendo el juego de aquellos más poseídos por el fatal conjuro, criticando escritos que no comprendían, creando falsas personalidades con las que dar cuerpo a sus escritas mentiras, injuriando y blasfemando y, sobre todo, cayendo en un abismo de conformidad servil al rebaño, incapaces de hacer aflorar su propia sensibilidad y participando de juegos dolosos que ocultaban envidias, rencores y miedos. Ya no veían el verdadero sentido, si no que tan solo jugaban a ser críticos de temas desconocidos, convirtiendo hermosas historias en cotilleos de viejas, con lenguas afiladas y viperinas, acompañantes de sus pobres cerebros y nulas personalidades. Por una y otra vez, el mago intentó revertir el conjuro, intentó que aquella gente viera lo que delante de sus ojos tenían, la belleza y la plasticidad, el sentimiento, pero abrumado por no poderlo conseguir, con la tristeza en su alma, lanzó de nuevo un conjuro, poderoso como los antiguos, maldiciendo a aquellos que en sus almas hicieran habitar la burla y el escarnio, incapaces de apreciar la bondad, la belleza y el encanto de unas letras escritas con alegría, humildad y amor escondido, haciendo que desde entonces, aquellos seres infelices, ya jamás pudieran disfrutar de la felicidad que da el saber apreciar aquello que conviene al alma, condenándolos a un eterno remordimiento por no haber sabido discernir, entre lo que era cuento o sentimiento. Una vez lanzado el conjuro y con lagrimas en los ojos, tornóse de nuevo el mago en espuma y camino, en viento y susurro, en cielo encendido, yendo a reencontrarse con su amada que lo esperaba ya en un cielo oscuro prendido, el mismo que desde hace ya muchos años, alberga en su seno dos luceros encendidos, los mismos que desde siempre iluminan en la noche los destinos, de todos..., de todos los enamorados perdidos. A mis lectores..., a todos. Fernando García.
Del libro del buen Saber; Arcipreste de Hita. [...]. Tampoco los de corto entendimiento se perderán, pues, al leer y meditar el mal que hacen —o que tienen intención de hacer— los obstinados en sus malas artes, y viendo descubiertas públicamente las muchas y engañosas artimañas que usan para pecar y engañar a las mujeres, avisarán la memoria y no despreciarán su propia fama [...] y rechazarán y aborrecerán las malas artes del loco amor, que hace perderse a las almas y caer en la ira de Dios [...].