Son las 5:30 de la mañana, el Sol comienza a levantarse con pereza de su letargo, tímidos rayos se le escapan y tiñen de rojo el hasta hace poco oscuro cielo anunciando su arribada, yo me despierto al primer rayo, mis brazos se separan de muy mala gana del cuerpo de mi amada, y vistiendo mi sempiterna bata a rayas negras y violetas me dirijo hasta la cocina a tientas por la casa, tomo dos huevos de refrigerador, aceite de oliva, orégano en flor, tostándose el pan aromatiza el ambiente, el agua que hierve espera el café y ante este concierto de ruidos y aromas despierta la flor que mi alma perfuma. Su oscura piel con tintes de ébano se destaca entonces contra el marco del cuarto, su pelo fundido en una maraña con miles de puntas cae sobre su cara, sus ojos cerrados, sus labios abiertos y aquel baby doll comprado en Aruba, que oculta como puede su cuerpito fiel me invitan a dejar mi obra maestra, pero es mi oficio, no puedo ceder, un poco de sal, corto unas naranjas, les saco todo el jugo que ellas pueden dar, esquivo el azúcar enemiga mía, que quiere malograr esa cinturita que durante tantas noches me ha hecho soñar, reparto los platos, sirvo el café, los huevos transitan un plato brillante amenazando al suelo caer y aquellos dos panes con su mantequilla coronan por fin el futuro festín, y para cerrar antes de sentarnos el premio esperado, me atrapa desde atrás mi niña querida, sus brazos aun tibios me toman muy firmes, me vuelvo hacia ella, le miro a los ojos y cierro los míos hasta que me besa, y luego, al trabajo, a luchar por ella, y por aquellas bocas que algún día vendrán
Félix tiene razón Sin el amor de Indira no es nada Grita a todos su gran amor Mientras lee en la Alborada.