Hoy fui al cementerio a darle el último adiós a Josefina, mi amiga, aquella de la quien por mucho tiempo fui confidente. Irónicamente al borde de su tumba estaba Esteban, el hombre que nos había robado la sonrisa de niña, la jovialidad y la hermosa dentadura de la otrora bella, ahora muerta niña eterna, dos fornidos hombres flanqueaban al doliente, quien con gruesas lagrima que escapaban de debajo de sus gafas oscuras trataba de alargar el tiempo mientras depositaba un gran ramo de flores sobre la tumba, luego los dos hombres tomándole de los brazos le obligaron a entrar a un vehículo negro que aguardaba con el motor encendido a pocos metros del lugar.
Josefina, bella, llena de ilusiones se casó con Esteban muy joven, abandonando sus estudios, su familia y todo, todo por amor, y me abandonó a mi, al hombre que desde niño le había escuchado sus historias fantasiosas, sus dolores y alegrías, sus locuras infantiles.
Solo bastaron unos meses para que Josefina me llamara, sonaba llorosa y yo por discreción no quise saber porqué, solo la animé a reír con mis chistes malos y mis chismes de vecindad, hasta que lo logré, rió Josefina como en los viejos tiempos, rió con fuerza apaciguando mi nostalgia, disipando las sombras que su repentina partida habían dejado en mi corazón. Reía como lo hacía en aquellas tardes en que recostados del dintel de mi casa disfrutábamos del suave aroma de las rosas del jardín de mi mamá, mientras nos acariciábamos quedamente, sin malicia, con el fresco amor de los verdaderos amigos. Luego llegó la verdad, Esteban le había golpeado, por algo de un botón de una camisa, que se yo, pero ella insistió en que no era nada, que él la amaba, que eso había sido el día anterior, pero que ese día, con llanto en los ojos le había llevado flores y le había pedido perdón.
Así mes tras mes Josefina me llamaba, cada vez más apagada, cada vez más distante, cada vez le era más difícil reír de mis gracias, solo tenía seis meses de casada, y me confesó que tenía miedo, que había dejado todo por un sueño de sirenas y que no sería capaz de recomenzar, Ay Josefina, como apago este fuego en el pecho y este nudo en la garganta, tan niña mi amiga y que vida tan cruel, pero siempre terminábamos nuestras largas conversaciones con sus excusas, - yo lo quiero – me decía, - además el es bueno, fíjate, hoy me ha traído flores y me invitó a cenar, claro no quise ir, tu sabes, el ojo, no pude ocultarlo con maquillaje, es que ayer me pegó, pero hoy me pidió perdón y el lloró amigo, es que me ama –
Hoy hubiera cumplido un año de casada, pero hace dos noches Esteban la sorprendió hablando conmigo por teléfono, solo alcancé a oír un grito, el le gritaba improperios terribles en un acto de celos y locura inimaginable e injusto, luego oí golpes secos y no pude soportar más, de inmediato tomé mi chaqueta, mi celular y salí para su casa con la premura con la que mi viejo lada me pudo llevar, llamé al 911, llamé a mi padre, llamé a no se cuantas personas desesperado, ¿Qué más podía hacer?
Al llegar vi como la policía sacaba esposado a Esteban, iba llorando, con las manos llenas de sangre, la ambulancia esperaba, yo no quise ver.
Hoy me di cuenta en el cementerio que Esteban en verdad la amaba, saben, le llevó flores, y llorando le pidió perdón…
Mis felicitaciones por tu cuento. Sobre todo valoro el contar historias en pocas palabras que estas estén cargadas de mensajes que llegan de forma directa. Esta mañana, después de leer muchísimo he descubierto dos magnificos escritores en esta pag ( es un pobre bagaje pero ha merecido la pena ). Enhorabuena