El diario del Ermitaño.
Teófilo, el amigo del viejo ermitaño había llegado al bosque en busca del anciano, era solo una visita a aquel que se había marchado un día dejando atrás una prospera vida de pueblo para intrincarse en la profundidad de la floresta con la única intención de auto encontrarse. El hombre hurgó en su chamarra y extrajo viejas cartas hechas en pergamino que había organizado cronológicamente, en honor al amigo perdido, y se lamentó en el fondo de haber emprendido aquel viaje de locura, leería una vez más, quisás comprendiera en el periplo que ocurría.
Enero, 1897.
He decidido no ser más yo, cansado estoy de lo que muestra el espejo, un alma cargada de disturbios no puede ser lo que yo soy, por eso he decidido anular mi contrato de existencia. Oh Teófilo, no creas que he decidido suicidarme, no, la vida es un regalo inapreciable, y no está en mi arrebatarla cuan iracundo huracán, antes he decidido alejarme quietamente, para ello, me he deslastrado de todas mis pertenencias, mi cayado he dejado en el pórtico de mi casa, es para ti; a Segismundo, mi perro al que puse el nombre de mi padre para hacer honor a su remoquete de amigo, a él le he dado la libertad a sabiendas que deambulará por las calles mendigando un mendrugo de pan, pero no puedo llevarle a donde voy, ¿sabes? Me pareció que anoche lloraba, lloraba como lloran sus ancestros los lobos, levantando su trompa hacia la luna y emitiendo un aullido lastimero, no quise asomarme al establo donde duerme, quizás habría terminado abrazado a él acompañándole en su madrugadora tonada.
Marzo 1898
Querido Teófilo, hoy bajé al poblado, pasé por la vieja casona donde antes vivía, vi que hay gente habitándola y mi corazón se llenó de alegría, más abajo donde quedaba la cantina se ha creado una escuela, el bullicio de los niños es música reconfortante a mis oídos, veo a través de la verja a todos los niños que alguna vez quise tener, he venido a vender bayas silvestres, te parecería mentira si te digo que las recojo por quintales y que dulce son amigo mío, las cambiaré en el mercado por algunas cosillas que necesito, tinta y pergamino, para poderte escribir.
Adivina querido Teófilo quien es mi vecino allá en el bosque, nada más y nada menos que Segismundo, vive con una loba, y tiene una camada de cachorros increíblemente bella, hace unas noches meditaba en lo intrincado de la foresta, los lobos se acercaban y yo los oía con los oídos del corazón, traían olor a sangre en sus narices y deseos de muerte en sus corazones, sentí sus helados alientos a mis espaldas, sentí el frío de una muerte inminente recorrer mi nuca, más cual fue mi sorpresa, entre ellos y yo se interpuso Segismundo, y los lobos sumisos se alejaron buscando otra presa que acallara su hambre, Segismundo vino a mi, lamió mi cara y se perdió en la penumbra
Abril 1899
Ya no escribo tan a menudo querido Teófilo, algo extraño me ha estado sucediendo, mis pies se han tornado duros y venosos, una extraña costra ha surgido donde antes había piel, y las uñas crecen desmesuradamente, curvándose y enterrándose en el suelo, debo cortarlas a diario, pero ya casi se me hace imposible caminar, te amo mucho oh Teófilo, si dejo de escribir, por favor ven a visitarme un día.
Junio 1900
Teofilo, la gruesa costra ya casi me llega al cuello, y mis dedos se han crispado de una manera horripilante, debajo de mis axilas han surgido pequeños brotes que asemejan mucho a los nudos de viejos troncos de árboles ancestrales, mis pies se han convertido en largas ramas que me cuesta arrastrar, y ya casi no como, duermo durante toda la noche, pero tan pronto despunta el sol me levanto y mi cara se vuelve hacia el astro rey durante horas, me están saliendo nodos en la cara...
Julio 1900
Amigo, no podré escribirte más, te envío con Segismundo mi última carta, solo para decirte que me encontraras a orillas del riachuelo, en lo profundo del bosque entre un ciprés y otro ciprés, donde el río hace una herradura, allí te esperaré.
Al llegar Teófilo a las orillas de un ruidoso riachuelo que sinuoso dibujaba entre el bosque una "U" enorme, entre dos gruesos cipreses pudo ver una hermosa encina, de cuyas ramas colgaban jirones de ropa y cuero. Al pie del tronco, restos de pergaminos y una vieja pluma de escribir, tomó un trozo de pergamino donde se podía leer: Amigo, come nueces del suelo, son nueces de encina, provienen del corazón de quien te amó entrañablemente, rodeado de lobos que sigilosamente se habían acercado, tomó Teófilo una nuez, era dura por fuera, los lobos amenazaban con lanzarse contra el, pero algo les detenía, una piedra y otra piedra fueron herramientas suficientes para romper la dura costra de la nuez, los lobos se acercaban mostrando sus terribes dentaduras y soltando una baba pestilente y amenazadora, Teófilo comió la nuez con el corazón a punto de estallar a causa del miedo, y de repente, uno de los lobos se interpuso entre la jauría a punto de atacar al andante, era Segismundo, los demás lobos se humillaron y poco a poco se fueron alejando.
Dicen en secreto los ocultistas de toda Cantabria, que aun se puede ver a Teófilo caminar por los reducidos bosques españoles, en compañía de un enorme perro de nombre Segismundo y que deben su longeva vida a las nueces de una encina imposible de encontrar.
En los bosques de cantabria las encinas no dan nueces, ni los hombres se convierten en encinas, ni hay un río que hospede una manada de lobos, es por ello que nadie puede encontrar la encina cuya nuez alarga la vida, todo vive en la mente del autor, un saludo amigo...