El patriarca ombú que reinaba el patio de guardapolvos blancos, corbatas en forma de moñas azules trepando ramas, silbando carcajadas. Una merienda en sabroso pan o biscochos y figuritas derramadas sobre el banco.
La maestra de anteojos grandes y una sonrisa pulcramente embarazada.
Sentarse en el último puesto y envíar cartitas de corazones desdibujados, el niño que sentado a tres cabezas de mí resaltaba mis mejillas coloradas. Y de repente me miraba, el forro azul de su cuaderno con sus ojos combinando, su melena rizada alcanzaba apenas mi cuello largo de avestruz enamorada. Mas poco me importaba, un sote brillante en mis trabajos y el orgullo de mis padres despertando cual gallo junto al sol cada mañana. La redacción elegida para leerla en voz alta, la mía, mis letras y la dulce complicidad de mis compañeras, de la mano o eternamente abrazadas.
Días de invierno crudo, pantalones de lana grises y aquel pasamontañas que tanto detestaba. Pero mi madre no aflojaba, polera blanca, apenas remangada, pantalón de lana gris, gabán y el maldito pasamontañas. Sin embargo puedo notar en aquellas viejas fotos de escuela, moña azul desanudada, guardapolvo blanco con el dobladillo por el suelo, las migas de la merienda arrastrando, pelo castaño largo, enredado, mechones cubriendo un par de soles grandes, inquisidores, arrebatadores, y una boca de labios en forma de corazón carnoso, que asomaba una sonrisa blanca en dientes mitad leche, en dos o tres dientes ausentes.
Brillaba mi sonrisa en mis labios y en mis ojos, piel de luna, una felicidad dispuesta ausente de penumbra.
Y la vida siguió su cauce, de bailarina clásica, excelente estudiante, el puente inevitable de una adolescencia errante. Rebeldía, fiestas, murmullos, mis quince y los viajes. Y entre tanto paseo, me encontró un abismo que salté sin premeditarlo, y del otro lado un marido, mis hijos, una casa, un perro, otro país, lágrimas, sonrisas y más lágrimas. Un mate lejano que con el tiempo se fue borrando y la yerba perdió su gusto. Una identidad extraviada en el cruce de fronteras, en el cruce del amor y del desamor.
Y esto no es un poema, tampoco narrativa, ni cuento, ni ficción...mas tengo un epílogo para esta incongruente redacción...
Nunca más hallé una foto donde sonriera una boca en forma de corazón, solo veo labios de mujer en carcajada momentánea.
Nunca más hallé una foto donde brillara el pelo lacio desafiando al sol en su meridiano ni a la luna en su cuna y su estrella.
Y nunca más hallé una foto donde reinaran patriarcas unos ojos gitanos cual ombú musculoso en un patio escolar embutido en sonrisas niñescas y felicidad.
Y varias veces me pregunto si alguna vez volverá a captar la cámara un remojo de veracidad, pues como dice la canción...
Ya no soy de aquí...ni tampoco soy de allá...y ser feliz es mi único anhelo en mi carné de identidad.
Muy bueno tiene cosas que me causaron tanta risa solo a ti se te ocurren, como el de la sonrisa embarazada, no he visto una todavia...un diez mi reinita ...