EL TUNEL.
Entró despacio. Primero el pie derecho, luego el izquierdo. Llevaba la linterna encendida porque ya era de noche y el túnel estaba oscuro. Si no entraba con luz probablemente tropezaría con restos de basura, latas oxidadas o ratas. Se preguntó cómo había llegado hasta allí y un pensamiento furtivo le hizo detenerse. Fue un flash, un retroceso al pasado, al inicio de todo aquello.
Lara tenía 20 años y una vida por delante, hasta ahí todo estaba bien en su vida. Tenía hermanos, sus padres estaban sanos, compartía piso con una compañera de Universidad y gracias a la Bolsa –oficio al que se dedicaba su padre- disfrutaba de un sueldo para sus gastos. Un día cruzaba la calle para hacer unas fotocopias cuando fue atropellada por un coche viejo. De aquel armatoste salió un viejo que se lanzó a tomarla entre sus brazos. La gente se acercaba mientras ella miraba a su alrededor al tiempo que aguantaba un fuerte dolor de cabeza y caderas. Era como un mal sueño y se sabía la protagonista. En el mismo momento en que creyó que iba a desmayare, el anciano hizo una cruz en su frente, besó su propio dedo y luego posó éste sobre el corazón de Lara. Entonces llegó el sueño y perdió el conocimiento. No volvió a despertarse hasta que ya estaba ingresada. Cuatro meses después Lara estaba recuperada y el juicio se llevaría a cabo... en cuanto encontraran al anciano. Ella no lo recordaba demasiado, apenas sus ojos azules, tan claros como el cielo, tan llorosos como el mar, y algunos rasgos más. La gente que atestiguó ante la policía lo describió e incluso dieron la matrícula del anciano cuando éste huyó del lugar del accidente. Según la policía, el coche no existía, y el físico más cercano al descrito por los testigos era el de un cura que había estado en una comisaría de policía cercana anunciando que un asesino que llegaba de otra ciudad estaría en Valencia asesinado muchachas. Le habían tomado por loco. Fue fruto de la casualidad y de un retrato robot que se relacionara a ambos viejos. En la comisaría de policía no les constaba que el anciano cura hubiera llegado en coche, pero la memoria fotográfica de la mujer que le atendió sirvió para descubrir que podían ser la misma persona.
El juicio no tenía sentido sin el anciano, y se atrasó hasta encontrar al hombre que había atropeyado a Lara. Ella siguió su vida ya recuperada de las lesiones y trató de olvidar.
Una noche vio sus ojos. Terminaba de tumbarse y en la semipenumbra de su habitación abrió los ojos durante un segundo. Aquel cortísimo espacio de tiempo le provocó uno de los sustos más grandes que había sufrido en su vida. Los ojos acuosos y cristalinos del anciano la miraba a un palmo de su propia cara. Gritó y se tapó la cara. El chillido despertó a Elena, su compañera de piso, que corrió hasta su cuarto para ver que le ocurría.
- Te juro Elena que era ese hombre que me atropeyó.
- Pero aquí no hay nadie Lara ¡Nadie!.
A pesar de eso Elena miró a todas partes y se atrevió a recorrer el piso entero en busca del intruso que había asustado a Lara.
- Lo siento cariño, estamos solas. Ha sido una pesadilla.
Lara trató de relajar su agitada respiración y miró a Elena con pánico en los ojos:
- Elena, las pesadillas se tienen cuando se está dormida. Yo estaba despierta.
Elena abrazó a Lara y aquella noche compartieron cama además de piso.
Durante una semana todo siguió con normalidad. Una noche Lara llegó cansada de la biblioteca de la Universidad. Había estado elaborando un trabajo que le llevaría como mínimo semana y media pero ya llevaba hecha dos cuartas partes. Llegó destrozada a casa y se metió en la bañera. Allí se dejó mimar por el agua caliente y el relax que le producía aquella temperatura en su cuerpo. Cerró los ojos. Qué maravilla. No había ni un solo sonido. Su respiración era lenta y relajada. Aparte de ésta, no se escuchaba nada más. Su cuerpo se relajó tanto que parte de él se escurrió y el agua le llegó lentamente hasta la barbilla. Permaneció así, disfrutando de la tranquilidad.
[¿No te parece raro que no esté aquí tu amiga?]
La frase la habían pronunciado en su oído, tan cerca de su oreja que quien lo dijera debía estar allí, en el mismo cuarto de baño, sentado sobre la bañera y agachado hasta su rostro. Lara saltó en la bañera ahogando un grito de terror. El agua se revolvió, chapoteó buscando una esquina donde esconderse, y comenzó a tomar aire cuando se creyó más alejada de la voz. Las gotas que caían sobre los ojos dejaron de molestarle y entonces se percató de lo sola que estaba.
- ¡Elena! ¡Elenaaaaa!
Su grito no sirvió de nada. Estaba sola.
- Mamá.... – aquello no fue mas que un sonido casi gutural, un suspiro de pánico.
¡Había sido un hombre! Estaba segura, era la voz de un hombre. La voz había surgido de la nada y aunque estaba sola en casa ¡¡¡la había escuchado!!!. Estaba tan preocupada por la experiencia que no se percató del significado de lo que había oído. Al saberse sola en el cuarto de baño salió y se envolvió lo más rápidamente posible en una toalla. Se le salían los ojos de las órbitas, no se atrevía a cerrarlos. Temblaba. La temperatura caliente del agua había desaparecido, ahora tenía frío y la carne de gallina.
Se calzó unas zapatillas de rizo americano y salió del cuarto para inspeccionar el resto de la casa.
- ¿Elena? –llamó.
Su compañera no contestó, ni siquiera estaba en la casa. Hubiera llamado a sus padres si no fuera porque le preocupaba más la ausencia de Elena que la voz que había escuchado.
El pánico por la experiencia sobrenatural dio paso a una preocupación más lógica –algo a lo que prefería agarrarse- por Elena. Corrió hasta su habitación, cogió el móvil y comenzó a llamar. Primero a la propia Elena, y como ella no contestaba, a otros amigos comunes y compañeros de Universidad. Nadie sabía nada.
Por último llamó a la policía pero era demasiado pronto para justificar un secuestro o una desaparición, de modo que se puso el pijama y se sentó en la cama con un libro entre las piernas que no consiguió leer a la espera de escuchar el familiar sonido de las llaves y la puerta al abrirse.
Pero se durmió con el libro entre las piernas.
En algún momento de aquella noche tuvo un sueño que la despertó cuando aún no había amanecido. Ella estaba en el cauce del río Turia, una zona de Valencia capital que antaño poseyó un hermoso río y hoy disfrutaba de bellos edificios, jardines cuidados y otras zonas menos respetadas. Se encontraba en la parte más lejana del cauce seco, allá donde también los edificios a izquierda y derecha desaparecían. Conocía el río en la vida real, pero desconocía la zona que veía en el sueño. Allí vio acercarse una silueta oscura y delgada. Llevaba pantalones y zapatos. Escuchaba el golpe cansado de estos sobre el suelo. Lara no tenía miedo a lo que veía. Ese es el poder de los sueños, lo que puede darte pánico en la realidad, no tiene por qué asustarte en un sueño. La silueta dio lugar a un anciano de claros ojos azules que le pedía que se acercara con la mano. Lara dio unos pasos hacia él y el hombre se giró hacia la izquierda para llegar hasta una de las paredes del río. Allí sólo había hierbajos, piedras, arena y basura, y algún que otro grafitti en las paredes. Lara le siguió hasta una enorme boca oscura en la pared. Era circular.
- Ve a por Elena. –Dijo el hombre.
Lara estaba mirando el agujero cuando el anciano pronunció aquella frase. Al girarse hacia él vio que había desaparecido, pero donde había estado el hombre, se veía una cruz etérea tan grande como el anciano, como un celo transparente cuya característica borrosa lo hiciera visible a los ojos de Lara. Tras unos segundos la cruz se disolvió en el aire.
Un chillido histérico proveniente del agujero negro la hizo despertarse agitada. De un bote saltó de la cama. El libro salió disparado, igual que sus pies, que corrieron hasta la habitación contigua en busca de Elena. Al no verla gritó su nombre por la casa y luego, en un momento de decisión donde no valía la razón y sí la necesidad de encontrar a su compañera, cogió una linterna, la metió en el bolso y salió a la calle.
Llegó hasta el cauce y aparcó para bajar por las escaleras. Tuvo que andar durante media hora para llegar hasta el punto donde se suponía que estaba la boca en la pared. Era de noche, hacía algo de frío y las luces de la ciudad no eran suficientes para quitarle el temor a la oscuridad en la que se estaba adentrando. Pero Elena estaba allí, y debía encontrarla.
Se agarró fuertemente a su bolso donde continuamente metía la mano para comprobar que estaba su móvil. Sabía que lo necesitaría. Rogó que la linterna tuviese suficientes pilas porque a aquella altura del rio ya necesitaba encenderla. Caminó con más miedo que precisión y estuvo a punto de caerse dos veces. Tuvo tiempo de asustarse cuando un gato abandonado se le cruzó entre los pies. Tras gritar y recuperar la compostura siguió caminando.
Al fin lo vio. Era circular, estaba oscuro y allí sólo debía haber ratas o jeringuillas sucias. ...Y Elena si su sueño era una visión como sospechaba.
Dentro del túnel la oscuridad era aún más densa y el olor resultaba desagradable. Se subió la camiseta hasta la nariz para tapársela y aguantar más tiempo dentro. Caminó con desespero, llamando a Elena tras la tela de su camiseta y rogando a Dios encontrarla. No solo encontrarla con vida... encontrarla, porque de lo contrario ¿qué hacía allí? ¿estaba loca?.
No se equivocó cuando pensó que habría ratas. Echó de menos al gato abandonado que se cruzara antes porque le daban pánico no sólo las ratas si no también las enfermedades que producían los mordiscos de éstas. Logró que su primer y único encuentro con esos seres no fuera un enfrentamiento y siguió caminando en la oscuridad. Miró hacia atrás y vio que el agujero se había hecho más pequeño. No sabía cuánto había caminado pero comenzó a escuchar un goteo rítmico dentro del túnel. Prestó toda su atención al sonido y estaba tan concentrada que escuchó algo más: una esforzada y casi muda tos.
Lara paró en seco. Allí había alguien. ¿Elena? Corrió más que andó hasta un lugar donde el túnel se ampliaba y se convertía en un habitáculo cuadrado.
- Elena???
La linterna llegó hasta un cuerpo que se movía ligeramente. Era Elena, estaba atada con una cuerda a una sucia columna por las manos y el cuerpo, sentada en el frio y húmedo suelo. Su pelo caía sudoroso y sus ojos estaban rojos de tanto llorar. Aquello debió haberle provocado que estuviera a punto de ahogarse más de una vez porque bien es sabido que cuando mucho se llora, la nariz se tapona, y Elena tenía una cinta adhesiva en la boca que le impedía hablar. De ahí que Lara sólo escuchara una tos esforzada. Como cuando ella llamaba a Elena tras su camiseta, tosía su amiga, a través de una cinta.
Corrió a desatarla y quitarle la cinta de la boca. Antes de que consiguiera hacer cualquier cosa por salvarla, Elena ya estaba llorando y temblando.
- Elena, Elena, Elena... –Lara no dejaba de repetir su nombre, como si temiese que aquello fuese irreal o si al dejar de nombrarla fuera a desaparecer de entre sus manos.
Elena hubiera querido preguntarle cómo le había encontrado pero sólo se atrevía a pensar cómo salir de allí antes de que volviese su secuestrador.
- Va.. vámonos... –rogó.
Lara la cogió de los brazos y la ayudó a levantarse. Elena había estado sangrando por varias partes de su cuerpo... brazos, piernas, costado, frente, nariz. Le habían pegado una paliza.
- Llevo el móvil Elena, en cuanto salgamos llamo a la policía.
- Llama ahora por favor... él volverá. –suplicó.
- Estamos en un túnel cariño... aquí no hay cobertura. Vamos, vamos, vamos... –con todas sus fuerzas casi arrastró a su amiga.
Elena apenas se quejaba y tenía motivos para hacerlo. Todo su cuerpo estaba dolorido, entumecido, su aspecto era lastimoso y sucio, y el miedo no le había abandonado todavía. Si acaso, con la huida, se había acrecentado por miedo a ser descubierta.
Cuando ya estaban a mitad de camino se dieron cuenta de que una sombra avanzaba hacia ellas.
- Es él... –aquello fue un suspiro de terror.
- Dios... –replicó Lara.
En cuestión de segundos debían decidir si volver hacia atrás o enfrentarse al hombre, pero el mismo miedo les provocó una parálisis a ambas. Lágrimas y pánico se apoderaron de ambas y perdieron toda posibilidad de escapar del hombre. Elena se orinó encima y casi se dejó caer. Lara se agitaba confusa pensando qué decía hacer. Perdió todo su tiempo mirando adelante, atrás y al suelo, donde Elena se había dejado caer en su impotencia y terror.
Entonces vieron algo. Delante de la figura que se acercaba más rápido con el fin de alcanzarlas a tiempo, una cruz etérea, como un celo transparente y borroso, se formó ante ellas. El hombre no dejó de caminar, ni siquiera era capaz de ver la forma celestial que se había colocado entre él y sus víctimas. Soltó una risotada imaginándose el final de aquella truncada escapada. Ya ni siquiera se daba prisa. Las imaginaba muertas de terror. Elena, caída en el suelo y su amiga, tirando de su brazo, eran muestra de ello.
El asesino llegó a un metro de las chicas. Parecía no ver lo que ellas tenían delante. Sonrió maléficamente, con una perversión que el cruce de linternas hizo más terrorífico. Mostró su sucia dentadura y les señaló con el dedo.
- Idiotas. –Dijo
Dio un primer paso que provocó un retroceso en Lara hacia atrás y que Elena sintiera una convulsión de terror. Entonces la cruz se hizo más blanca, más reluciente, más grande... se convirtió en un fulgor que golpeó al asesino pillándolo desprevenido.
- ¿Qué...? –logró articular.
La cruz se convirtió en un hombre delgado de pelo ralo, anciano, con pantalones y zapatos.
Lo que vio el asesino fue un cura.
Una mano de la silueta celestial se disparó en un puñetazo contra el corazón del asesino y le provocó un paro cardíaco. El tipo cayó contra el suelo horrorizado sujetándose un dolorido brazo izquierdo y soportando un infierno de calor que subía de su pecho a su garganta.
Elena se desmayó y Lara presenció la muerte del asesino. El hombre volvió a darse la vuelta y ella vio de nuevo aquellos ojos que hicieron un día la cruz en su frente y besaron su corazón con uno de sus dedos. Los mismos ojos que la visitaron una noche en su casa. Entonces habló la misma voz que le susurrara al oido en el cuarto de baño.
- Sal de aquí y llama a una ambulancia.
Elena salía del hospital recuperada de sus contusiones pero no de su shock. Necesitaría de un psiquiatra para terminar con el terror que había sufrido, pero la compañía de Lara y de su propia madre al salir por la puerta del hospital fueron vitamina suficiente para salir sin miedo.
En la misma calle, nada más salir del hospital, se encontraron con un policía que las buscaba.
- No quisiera que se marcharan de aquí sin echar un último vistazo a este retrato robot. –Dijo.- Según Lara –la señaló con la carpeta que llevaba en la mano- el hombre que la atropeyó accidentalmente y desapareció fue el mismo que apareció en el túnel y las ayudó a escapar. Me gustaría que Elena también echara un vistazo.
- Ella se desmayó. –Avisó la madre de Elena.
- No importa. Mírenla, por favor.
Le pasó la fotografía a Lara que asintió nada más verla.
- Es el ángel. –Dijo con una sonrisa.
Elena lo miró y frunció el ceño.
- Sólo puedo decirle que me suena su rostro. Lo siento. No estoy segura de qué.
La madre de Elena se acercó a la fotografía:
- ¿Qué significa esto?
- ¿Perdón, señora? – se excusó el policía.
- Este hombre.... este hombre es el hermano de mi padre. Era cura. Falleció hace quince años. Era el padrino de Elena.
Y colorín, colorado, este relato se ha acabado. Todos tenemos a alguien que nos protege ¿no lo sabíais?.
FIN.
pese a las criticas que has recivido, a mi me parecio un gran relato, parece ser que esta gente no a leido muchos relatos de esta pag. por que la mayoria dan pena, sino leer el de la DENTONA es como leer la redaccion de una chiquilla que bien podia dedicarse a hacer otras cosas en lugar de perder el tiempo escribiendo.