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Categoría: Terror

Xochitl

Afuera, comenzaba a oscurecer. Xochitl, empapada en sudor, se removió inquieta en su jergón de piel mientras sus ojos parpadeaban entrecerrados. Una silueta se dibujó en la puerta del hogar. Era su padre, un hombre de unos cuarenta años con el rostro deformado por la tristeza. Xochitl, de ocho años de edad, sabía cuál era el motivo de la desdicha de su padre, de hecho lo sabía desde hacía meses: los cultivos se morían de sed.
El hombre atravesó la sala donde dormía la niña, una de las dos con las que contaba la vivienda, y desapareció tras una deshilachada cortina multicolor. Unos segundos después su voz serró el silencio de la noche azteca, acompasada con la de su esposa. Desde su sitio, la niña prestó atención a las voces, a pesar del aturdimiento que le invadía. Intentó descifrar los susurros y gemidos que se repetían sin cesar, pues debían formar parte de algo importante, dada la situación por la que estaban atravesando.
Pero pronto, y en contra de su voluntad, tuvo que abandonar su tarea pues el sueño por fin llamaba a su puerta.
Sintiendo gruesas gotas de sudor recorriendo por su morena piel, se relajó y cayó dormida.

Se despertó sobresaltada en medio de la noche. Había soñado con cosas extrañas, aciagas, que le habían llenado el cuerpo de un frío helador. Mientras recuperaba el aliento sentada en su jergón miró al umbral de la entrada. Había un vampiro, varios centímetros para adentro. Pero parecía somnoliento. Xochitl cogió un pedazo de cerámica de un montón de vasijas viejas que había entre ella y un rincón y se lo lanzó al animal, el cual salió volando hasta desaparecer.
Volviéndose a tumbar, se puso a observar el techo de adobe que había sobre ella hasta que volvió a dormirse.

Al día siguiente se levantó tarde. Se aseó y comió una torta de maíz y unos pocos cacahuetes que le dió su madre. Luego se marchó a jugar al patolli con otros niños de la aldea. A la hora de comer, volvió a casa y encontró a sus padres a la entrada del patio interior. Su madre le dijo que entrara en éste y se sentara junto al altar de Chicomecoatl, que más tarde debería hacer un recado con su padre.
El patio era un pequeño espacio sin techo rodeado de paredes blancas, como el resto de la casa, con dos altares de piedra al fondo y varias tinajas agrietadas en una esquina. El suelo, de polvorienta tierra, tenía bajo la luz del sol un color bronce dorado. Normalmente a la niña le gustaba estar allí, pero en aquella ocasión un hormigueo en el estómago y esporádicos escalofríos en la médula denotaban que no estaba disfrutando de la estancia.
¿Por qué tanto misterio si se trataba de hacer un simple recado?.

Cuando pensaba que habían pasado siglos, su padre por fin apareció. Mediante gestos, le pidió que se levantara y le siguiera. Salieron de la casa y se encaminaron hacia una de las salidas del pueblo: la que miraba justamente a la parte trasera de Chapultepec.
Intrigada, Xochitl preguntó a donde iban, pues temía que pasasen de largo La Colina de los Saltamontes y acabaran en la gran urbe, en Tenochtitlan. Su padre confirmó su temor.
La arboleda de Chapultepec se agitaba lenta y sincrónicamente como siguiendo las órdenes de la gran figura esculpida en la roca. En un rincón, la cabaña de las calabazas aparecía solemne, sombría.
Minutos después pìsaron los primeros adoquines de una de las calzadas que unían la isla de Tenochtitlan con tierra firme. Al fondo, el Gran Templo piramidal de Tlaloc y Huitzi se alzaba desafiante. Mientras caminaba por las largas y anchas calles de la ciudad, Xochitl se fijó en la gente que había a su alrededor: las maátimes acechantes, los esclavos detrás de sus señores, los guerreros jaguar velando por la seguridad ciudadana, .....
Ante su asombro, el paseo acabó frente a la columnata del recinto sagrado. No había preguntado a dónde iban porque no pensaba que fuera muy importante, pero eso realmente no se lo esperaba. Un corpulento guardia maquahuitl en mano les preguntó por el motivo de su visita.
Su padre le explicó que eran campesinos, que su situación era muy mala y que querían humildemente hacer una solemne inmolación en honor de Tlaloc.
Con el visto bueno del centinela, siguieron adelante.

El recinto sagrado era una impresionante colección de templos a cada cual más bello y original. En el patio central, a ambos lados del muro de calaveras tzompantli, se erigían el curioso embudo del templo de Quetzalcoatl y la
pirámide dual de Huitzilopochtli y Tlaloc.
En la base de éste, las serpientes emplumadas se enfrentaban al inmóvil aire del atardecer. Mientras miraba el mosaico de cráneos humanos del tzompantli, Xochitl recapituló la reflexión que había habitado su cabeza desde que entraron en el lugar: si ella no llevaba nada para sacrificar, y su padre al parecer tampoco, ¿entonces cuál iba a ser la ofrenda al Dios de la lluvia?.
Con ese interrogante royéndole por dentro como la carcoma hace con la madera, siguió a su padre en el ascenso a la cima de la pirámide. Pronto supo la respuesta. Con horror, vio cómo, tras haber hablado con su padre, dos sacerdotes se abalanzaron sobre ella y después entre cuatro la colocaron sobre la dura piedra de sacrificios. Mientras jadeaba y se agitaba convulsivamente, vio cómo la hoja del cuchillo ceremonial volaba lentamente hacia su pecho. Segundos después notó la lasca en la piel, y cómo se hundía en ella. El dolor fue inmenso, y más cuando sintió que le arrancaban el corazón. Durante unos instantes eternos, los gritos de la pequeña inundaron el pequeño templo.
Cuando el corazón estuvo fuera del cuerpo, el sacerdote que lo había extraído lo depositó sobre unas brasas que había junto a una de las paredes, y el cuerpo aún vivo de Xochitl fue arrastrado hasta el borde de la plataforma y lanzado escaleras abajo.
En un último halo de vida, la niña notó el contacto con los filos de los escalones y la fría piedra. Tras ella, un reguero de sangre teñía la escalinata. Después ya no sintió nada. Y sólo vio oscuridad.
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 4.86
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Comentarios


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9 comentarios. Página 1 de 2
Cerote
invitado-Cerote 10-01-2018 02:29:52

Cerote Cerote

alberto vázquez salas
invitado-alberto vázquez salas 27-11-2003 00:00:00

eres el h.p lovecraft méxicano. tú cuento se puede comparar con los de este autor. p.d te recomiendo que leas: la maldición que cayo sobre sarnath del autor antes mencionado y lee tambien: el conejo de flor (ese cuento es mío), publicado en esta pagina.

Celedonio de la Higuera
invitado-Celedonio de la Higuera 07-06-2003 00:00:00

Durante todo el cuento estaba en suspense porque sabía que algo iba a suceder. Cuando llegué al final me quedé sin sangre. Muy Bueno.Las descripciones contribuyen al suspense. Saludos.

eac
invitado-eac 07-06-2003 00:00:00

y no concuerdo con algunos comentarios escritos, excelente escritor el señor Flandes, mis felicitaciones

Andrea May
invitado-Andrea May 07-06-2003 00:00:00

que yo no leía nada relacionado con la historia Azteca, ni con sus tradiciones religiosas. Sr.Flandes usted a mi gusto narra deliciosamente un tema que casi desde el comienzo sabemos como va a terminar, y, aún así he continuado paso a paso leyendo toda su narracion. Gracias

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