En mi larga caminata de tantas semanas había encontrado numerosos escollos y variadas aventuras, de eso qué duda cabe; vi muchos amaneceres distintos entre aquellos árboles que se habían vuelto mi techo y mi hogar. Atrás muy lejos, quedaban todos aquellos amargos recuerdos, y ahora iba en busca de nada a ninguna parte, como si estuviera huyendo de algo que nunca hice, para buscar refugio en un lugar que no existe, y ponerme a salvo de los que jamás me han buscado.
Por supuesto que nadie me acompaña en esta expedición sin sentido, pero yo no puedo ir contra lo que me indica mi corazón, y mi esperanza es la de encontrar, a pesar de todo, algo en alguna parte.
Ese día caminé tanto, que la carga que llevaba sobre mis hombros terminó por volverse nada y después incluso todas las cosas del mundo se volvieron nada, hasta los racimos de bananos amarillos que tiraban al camino.
No hay ningún apuro.
Pensé que después de pasar por aquellos cafetales encontraría las primeras casas, pero en vez de casas me tope con tres personas que me flanqueaban el paso:
-¡De dónde viene? -preguntaron-
-De allá -señalé-
-¡Y para dónde vá?
-Para aquí más cerca
-Y qué va a hacer el amigo por estos lados?
-Cualquier cosa...
-Y qué carga, si se puede saber?
-Todas las cosas.
-Y cuánto tiempo piensa quedarse?
-Voy a ver...
-¿Está lloviendo más atrás?
-Puede ser...No me fijé, mire...
-Usted parece estar cansado...
-Pues...algo
-¡Y si lo pilla la lluvia?
-Se moja uno no más.
-Sepa usted que más allá no va a encontrar nada
-Ah...Bueno...
Recuerdo que comenzaron a caer las primeras gotas, y sopló fuerte un viento caliente y lleno de un penetrante olor a agua. A los costados del camino solamente bosque tupidos, como dos muros verdes de hojas reclucientes por la lluvia. Una bandada de loros cruzó el cielo gritando crac-crac, y se perdieron mucho más allá del horizonte. Vi unas garzas blancas picoteando el lomo de una vaca perdida en el monte. Todo esto ví. Era el mediodía, o tal vez las diez de la mañana. En fin, también podrían ser las cinco de la tarde.
-Permiso - le dije - quiero seguir mi camino.
-Bueno, amigo, sepa usted que este camino no va a ninguna parte... Esto va hasta un puente que en definitiva nunca construyeron...
-¿Me dan permiso?-insistí-
-Siga, siga no más, señor extranjero, tenga cuidado y que le vaya bien...
Apenas terminé de acomodarme la carga en mis hombros y recuperar el ritmo de mi marcha, les respondí, ya de lejos:
Gracias.
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