Me cuesta trabajo subir la calle adoquinada. Me asfixio.
Mis pasos resuenan huecos y monocordes en el cerebro.

El pueblo parece estar muerto y existe una gran tristeza en el húmedo ambiente, no..., creo que la tristeza está en mí, quizás madurando lentamente... como un feto.

Hace frío, el aviso inminente del invierno se hace implacable, oigo voces... viento... el murmullo de una cascada que no veo pero adivino...

De pronto un pájaro se dibuja en el cielo, después cruzo un puente tan pequeño que parece de juguete.

A lo lejos, contornos de montañas anuncian otra visión del mundo. La hierba está alta y cubre mis pies.

No hay nadie. ¿Se han escondido? Sólo mi figura con las manos perdidas en los bolsillos y las solapas del abrigo levantadas como pantallas anti-viento se adueña de la calle, soy su único propietario.

Estoy solo y hoy es mi cumpleaños.

He cumplido treinta. Alguien me dijo una vez que treinta años es media vida útil...

Pronto llegaré a casa y podré descansar. Mis ojos contemplan la Gran Plaza del Mercado Viejo... no tiene brillo... es extraño, nunca la he visto así. De la fuente no cae ni una sola gota de agua, siempre corría fría... incluso en verano.

De repente, una ráfaga helada de aire y acto seguido comienza la pugna entre el sol y la luna, esa simultanea presencia de la que llega y del que se marcha... después, todo sucederá como siempre según los horarios.

Algo se mueve entre las sombras..., tengo la sensación de haber vivido este momento antes, hace muchos años, cuando tenía permiso para soñar e imaginaba que me perseguían duendes... o fantasmas malignos... o tal vez espíritus benévolos...

Noto que por mis venas transcurre la vida con tanta pereza...

La puerta de la casa está abierta, dentro se oyen lamentos... no se han percatado de mi presencia en la habitación.

Mi madre llora desconsolada, acentuando ese brillo lagrimoso que tienen los ancianos y que nunca he sabido si se debe a causas fisiológicas o es consecuencia del recuerdo, de la nostalgia, de la frustración... María, mi hermana pequeña mira con ojos mojados el cadáver sin verlo, los objetos familiares parecen envueltos en un aire contenido, como si estuviesen a punto de estallar al no poder soportar tanta tensión. La luz que desprende la chimenea se empeña en crear sombras fantasmagóricas. También está Alberto, mi mejor amigo... se siente incomodo, lo noto, le conozco demasiado bien. Su boca es como un súbito navajazo, un trazo recto y helado.

Hay más gente, son vecinos...

Intento una y otra vez ver la cara al muerto pero no lo consigo. No tiene rostro.

La llama que brota en lo más profundo de mi ser me quema.

Mi universo se encuentra dentro de mi mismo, como una burbuja, aislado de todo y de todos, igual que un bebé prematuro en una incubadora...

Mi hermana continúa mirando y mi madre sigue llorando.

Salgo de la casa. Ha comenzado a llover... gotas frías de agua y lágrimas calientes descienden por mi rostro en un caudal de jugos salados.

Es terrible esta sensación de ausencia..., me siento como un extranjero dentro de mi propia piel...

El pueblo sigue vacío, y yo... debo marcharme.