Capítulo 1
La vecinita
Mónica es una chica que fue mi vecina en mi adolescencia. Pasaron muchos años ya. Ella había estado enamorada de mí pero aquellos cinco o seis años de diferencia en aquel entonces creaba un abismo entre nosotros.
Un abismo insalvable para mí pero que ella brincaba cuando quería.
Ella tenía unos diez u once añitos y yo dieciséis y en una ocasión en que vino a casa con su madre, mi mamá puso la cafetera al fuego y le pidió a Cristina (mamá de Mónica) que se sirviera el café cuando estuviera listo mientras ella terminaba de acicalarse.
Mónica se sentó en mis rodillas y pasó su bracito por mi cuello. Tenía una sonrisa traviesa.
Cuando Cristina se dio vuelta para servirse el café ella me besó y me aprisionaba con el bracito que había pasado por mi cuello y el beso no terminaba nunca.
Yo trataba de quitármela de encima pero no podía llamar la atención de Cristina.
Cristina comenzó a voltearse cuando ella me soltó.
Casi me infarto. Ella sonreía.
Cristina se percató de mi nerviosismo porque estaba rojo, amarillo, verde, azul... parecía un semáforo. Tenía el corazón palpitándome en la garganta.
¿Qué hubiera pensado cualquiera al ver lo que estaba pasando.?
¿Hubieran pensado que la niña era la que me atacaba o más bien que yo era un degenerado abusando de una menor?
Pero ella era así. La niña enamorada más valiente que he conocido... también era muy bonita (dentro de lo que cabe).
Así transcurrió su niñez, enamorada de mí... su amor imposible.
Han pasado veinte años desde la última vez que la vi.
Suena el teléfono. – ¡Hola!... ¿Es la casa de Joaquín?
- ¡No!... no es la casa... es Joaquín... ¿Quién habla?
Risas del otro lado – Joaquín... soy Cristina.
- ¿Cuál Cristina?
- Cristina... la mamá de Mónica. Éramos vecinos.
- Pero... por Dios... que alegría. ¿Qué es de tu vida? ¿Cómo están tus hijas?
- Liliana se casó y tiene dos hijos varones, Mónica también se casó tiene dos hijas pero terminó divorciada.
- ¡Caramba! Cuanto lo siento Cristina. Bueno te cuento que yo también terminé divorciado y tengo una hija preciosa que está conmigo.
- Bla... Bla... Bla...
-
Me invitó a almorzar en su casa. José, su esposo, también quería verme. En fin sería un reencuentro luego de veinte largos años.
Es domingo... hoy es el día del reencuentro. Estoy ansioso. Salgo de casa con suficiente tiempo para contrarrestar inconvenientes de tránsito y para pasar a comprar una botella de vino y un postre, además de un ramo de flores.
Llego al edificio de apartamentos, en la dirección que me pasó por teléfono. Toco el timbre y una voz... -¿Quién es?
- ¡Joaquín! Veinte años después... quién más podría ser.
Me abren con el portero eléctrico. Subo por el ascensor.
Cuando Cristina abre la puerta la veo prácticamente igual. Algunas canas y un poco acentuadas las líneas de expresión pero tan bonita como siempre.
Para mi sorpresa también están Liliana y Mónica con sus hijos.
Todos nos saludamos efusivamente y nos abrazamos largamente.
Mónica está embarazada como de siete meses.
Nos sentamos a almorzar y meto la pata. – Cristina... me dijiste por teléfono que Mónica estaba divorciada pero no sabía que había vuelto a casarse.
Mónica baja la cabeza.
Los demás se miran hasta que Cristina rompe el silencio. – ¡No! Ésta no se casó pero se dejó embarazar por ese desgraciado... mira Joaquín esta estúpida... bla... bla... bla...
Una descarga completa sobre Mónica que no pronuncia palabra. Se levanta de la mesa y va a la sala. Se sienta en un sillón.
Yo dejo la servilleta en la mesa. Tampoco digo una palabra. Voy donde Mónica. Tiene los ojos llenos de lágrimas. Cuando me acerco gira su cabeza a un lado. No quiere verme de frente.
Me le acerco. Estoy frente a ella. Con mis manos tomo su cara y la obligo a verme. Ella baja la vista. No cruzamos ni una palabra. Le tomo las manos y se las beso. Ella abre sus hermosos ojos verdes y me mira... no entiende nada. La miro intensamente... quiero llegar hasta su alma. Lentamente voy dejando resbalar sus manos de entre las mías y vuelvo al comedor.
Todos me miran... Verónica y Ana María, las hijas de Mónica, bajan la cabeza.
Nuevamente Cristina rompe el silencio... – Es una vergüenza para nosotros y para sus hijas....
- ¡Un momento Cristina! Vergüenza deberías tener tú de hablar así de Mónica delante de sus hijas.
- Para ustedes es muy fácil señalarla y decirle cuanto se les antoje. ¿Pero no se dieron cuenta nunca de lo que sucedía
con Mónica, con su alma, con su corazón, con sus miedos, con su soledad ? Yo te lo voy a explicar y que Mónica me corrija si me equivoco.
-Cuando Mónica se divorció pasó de ser una esposa a una mujer divorciada con dos hijas a cuestas para alimentar, darles estudio, vestirlas, etc... etc... etc... Pronto se dio cuenta que sus ingresos no alcanzaban para todas las necesidades... Luz, gas, teléfono, impuestos, transporte... ¿quién crees que ponía la pasta dental, los cepillos de dientes, el papel higiénico. ¿Quién compraba los zapatos, el uniforme escolar?
¿Eso no lo pensaron? Claro porque ustedes tienen y siempre tuvieron a sus maridos. Pero Mónica se enfrentaba sola a la vida con dos hijitas.
Habría noches en que no podría dormir pensando en ¿Qué pondría en la mesa mañana para el desayuno, el almuerzo, la cena y pasado mañana y el día siguiente y el otro ?
O cuando una de las chicas se enfermaba y el frasco de jarabe para la tos estaba vacío. Cuando todo esto le sucedía ¿dónde estaban ustedes?
Lo miro a José y le pregunto – ¿Viendo algún partido de fútbol?
Miro a Cristina... – ¿Tal vez una novela?
Fue entonces cuando ella se transformó en “una presa fácil” para hombres sin escrúpulos. Ella pasó a ser una mujer con una inmensa necesidad de creer en alguien. Ese alguien que acabara con sus miedos, con su soledad, con sus necesidades. Necesitaba creer... creer... y entregó su amor a quien no lo merecía.
¡Verónica y Ana María! ¡Levanten la cabeza! Ustedes tienen sobradas razones para estar orgullosas de tener una madre tan valiente como la suya. Porque fácil hubiera sido para ella llevarlas donde su padre y decirle... – Mira aquí están tus hijas, hazte cargo de ellas, darse media vuelta y vivir su vida. Pero Mónica no lo hizo. Luchó hasta donde pudo y la engañaron. Se abusaron de su necesidad de creer. En su necesidad de amar y ser amada.
Y entonces ahora cuando necesita una mano, cuando necesita ayuda, cuando necesita ser comprendida... ustedes la dejan sola, le tiran piedras, la acusan, la avergüenzan frente a sus hijas.
¡Pero se equivocaron! Ella no está sola. Porque yo no me voy a despedir con este discursito. ¡No señor!
Yo soy su amigo. Me voy a hacer cargo de ella y de sus hijas hasta que pase su embarazo y pueda valerse otra vez por sí misma.
Y no les voy a preguntar si les parece bien o no. Me las llevo a las tres y punto.
Voy otra vez donde Mónica. Me mira con sus verdes ojos llenos de lágrimas y va levantándose del sillón muy lentamente, sin decir palabra alguna. Abro mis brazos y ella viene hacia mí. La abrazo largamente y meneo su cuerpo suavemente. Acaricio su cabello abundante y hermoso. La beso en la frente.
- ¡ Shsssssss ! Ya no llores. Todo cambiará ... yo estoy aquí.
(Continuará)
Nathalie: Si hubiera hablado contigo antes me habría salido mejor el cuento. Pero quise darte una sorpresa. Lo siento... tienes razón en tu crítica. Te quiere... Joaquín