Creo que hace ya seis años que comenzó todo esto.
Al principio no le di importancia; luego vinieron aquellos extraños sueños, mis noches en vela y aquellos pensamientos que venían a mi mente sin que yo comprendiera su significado. Sí, ahora recuerdo todos esos momentos como si se tratara de una pesadilla: aquella incertidumbre, aquellas dudas...
Recuerdo que todo comenzó una mañana cuando me disponía a afeitarme. Parecía entonces algo tan simple que no le di ninguna importancia. Me miré en el espejo mientras me ponía espuma por la barba y noté algo extraño en mi reflejo. Fue tan repentino que ahora casi no puedo explicar con exactitud qué fue lo que vi. Parecía que estaba en otro lugar, que no era mi baño lo que se veía en el espejo. Abrí y cerré los ojos y seguía todo igual. Ciertamente quien estaba allí afeitándose era yo. Mi cara no estaba cambiada y mi reflejo hacía todos mis movimientos. Pero aquél lugar no era mi casa. Parecía la habitación de una casa muy pobre aunque limpia, tenía las paredes de piedra sin pintar, como un edificio muy antiguo. Después sentí que se me quedaba la mente en blanco; durante unos segundos parecía haber perdido la noción del tiempo. Creo que si alguien en ese lapso de tiempo me hubiese preguntado mi nombre no habría sabido decirlo. Enseguida todo fue normal. No le di importancia. Me había quedado en blanco por un instante, tal vez mi mente me estaba jugando una mala pasada.
La verdad es que tenía motivos para quedarme en blanco. Llevaba mucho tiempo tratando de superar una depresión. Una tristeza que yo no sabía a qué se debía pero que me estaba destrozando. Me pasaba muchos días sin salir a la calle. Tengo mi propio taller para arreglar bicicletas y pasaba las horas sin apenas ver a nadie. Además, el taller forma parte de mi casa. Llegué a estar más de un mes sin salir para nada. Mi mujer y mis hijos trataban de convencerme para que me divirtiera, pero yo les decía que me sentía muy a gusto en mi casa. Con el paso del tiempo entendí que algo me pasaba y el médico me hizo ver que tenía una depresión. Me hizo seguir un tratamiento y me puso una terapia para ayudarme a salir del pozo en el que me encontraba.
Por eso empecé a salir más, a hablar con los amigos. Mi mujer y mis hijos me apoyaron mucho, me sacaban a pasear aunque fuera a la fuerza, me llevaban al cine, me traían de visita a mis mejores amigos y me ayudaban con mucha frecuencia a reparar las bicicletas.
Lentamente iba recuperando mi vida.
Pero aquel día tuve aquella extraña experiencia.
Poco tiempo después mientras me miraba al espejo (esta vez no recuerdo qué era lo que hacía) mi reflejo se quedó mirándome. Reconozco que en ese momento sí que tuve miedo. Parecía que mi propia imagen había cobrado vida propia y se hacía independiente de mí.
- Descubre quién eres- me dijo.
De nuevo me quedé en blanco. Cuando me recuperé seguía escuchando dentro de mí esas palabras: "Descubre quién eres". ¿Qué podían significar? ¿Quién tengo que descubrir que soy?
Seguí con mi tratamiento, mis salidas, mis ejercicios terapéuticos, mis visitas... no me atreví a decirle nada a mi familia. De todos modos todo se explicaba porque tenía problemas psicológicos y no tenía por qué preocuparme puesto que me estaba sometiendo a una terapia. Todo se arreglaría una vez que yo estuviera curado.
Esto fue el comienzo de todo aquél misterio. Yo tenía que descubrir quién era. Mucho más. Tenía que descubrir cuál era mi misión. Entonces me habría parecido ridículo, pero ahora comprendo que yo no era quien creía ser. Ahora entiendo que yo tenía una tarea pendiente.
Además de las visiones extrañas empecé a tener sueños repetidos. Veía una pared muy vieja, la pared de aquella habitación de mi reflejo, era de piedras antiguas pero en un lugar se veía un cambio extraño, como si alguien hubiese abierto un agujero y luego lo hubiese tapado. Esa imagen se quedaba grabada en mi mente. Me despertaba y ya no podía conciliar el sueño. Después seguía con la imagen de aquel muro grabada en mi cerebro. Siempre se repetía lo mismo: soñaba aquello y ya pasaba el resto de la noche en blanco con la imagen grabada en mi mente. Actuaba como si nada sucediera, intentaba seguir mi vida con mi familia, con mi trabajo en el taller, con mis ejercicios para salir de la depresión. Me parecía que no se trataba de nada extraño, mi cabeza no andaba muy bien y eso lo explicaba todo. Ni siquiera le comenté al médico nada de esto. Estaba convencido de que, una vez superada la depresión, todo volvería a la normalidad.
Después empecé a traer extraños recuerdos a mi memoria. Me venían pensamientos confusos de algo que creía recordar pero, en cambio, era consciente que eso no me había sucedido nunca. Alguien hablaba conmigo muy preocupado y yo lo escuchaba en silencio, después con una pluma yo escribía algo en un papel. Todo esto era borroso y no podía precisar nada pero tenía la forma de un extraño recuerdo.
Entonces fue cuando empecé a preocuparme ciertamente. Cada vez me iban sucediendo más cosas y sentí que me estaba volviendo loco.
Estaba a punto de hablar con mi mujer de lo que me pasaba y romper el silencio que hasta entonces había mantenido cuando vino a mis manos una revista. Recuerdo que era el suplemento dominical de un periódico; empecé a hojearla para relajar mis nervios mientras pensaba cómo le diría estas cosas a mi mujer.
Aquel día mi depresión era intensa, tenía unas tremendas ganas de llorar, me sentía el ser más desgraciado del mundo y llegaba a creer que mi mujer y mis hijos se distanciarían de mí cuando comprendieran mi locura.
Repasaba la revista con aburrimiento y apenas prestaba atención a su contenido cuando una foto llamó poderosamente mi atención. Era la habitación de un monasterio del que se hablaba en aquella revista. Me quedé mirando aquella foto fijamente y comprendí que esa era la habitación que yo había visto aquella primera vez a través del espejo. Además lo comprendí con toda claridad, no era un recuerdo borroso sino que estaba completamente seguro.
Al ver aquello, como si alguien me despertara de un terrible sueño me sentí fuerte psíquicamente, se acabaron mis ganas de llorar y mis sentimientos negativos. Miré la foto fijamente, la examiné centímetro a centímetro y descubrí en ella ese muro que aparecía en mis sueños. Corriendo busqué una lupa porque quería verlo en mayor tamaño. No había lugar a dudas, esa era la pared con aquel agujero tapado. Era un trozo muy pequeño y estaba en un lugar poco visible pero yo lo había descubierto.
Aquella foto me ayudó a comprender que yo no estaba loco, que me estaba sucediendo algo real. Tenía algo que hacer. Tenía que descubrir el significado de todo lo que me estaba pasando, descubrir quién era yo realmente y averiguar a dónde me conducían mis sueños, mis pensamientos y mis visiones.
Sin pensarlo dos veces lo primero que hice fue preparar el viaje para ir a visitar aquel monasterio. Estaba seguro de que por los claustros de aquel lugar encontraría una respuesta a mis pesadillas. Le hablé a mi mujer de mi proyecto, no quise darle muchas explicaciones. Ella no me comprendió. Se empeñaba en acompañarme y yo tenía claro que este asunto lo debía resolver solo. Fue entonces cuando ella creyó que yo estaba completamente loco.
Para tranquilizarla le expliqué claramente a dónde iba, le dije que estaría en contacto con ella constantemente, que no tenía que pensar que yo no estaba en mis cabales. Así fue como, con muchas dudas, me dejó marchar.
Cuando llegué a aquel monasterio me pareció que se abría dentro de mí la puerta de una nueva dimensión. Aquel lugar me resultaba totalmente conocido. Es más, llegué a ponerme a prueba me dije:
- Detrás de esta puerta voy ver una gran habitación con un cuadro inmenso de Jesús en el monte Tabor.
Abrí la puerta y todo sucedió tal como yo había pensado. Significaba que aquel lugar estaba grabado en mi memoria con toda claridad. Pero ¿Por qué?
Se iban despejando algunas de mis dudas pero a la vez surgían nuevas preguntas.
Aquel monasterio estaba abierto al turismo por ser un monumento de gran valor artístico. Pero seguía habiendo en él monjes que se dedicaban a la oración y a la alabanza divina. Éstos vivían totalmente aislados de la gente que pasaba por allí. Sólo era posible verlos en los momentos del oficio, pero existía una gran reja de separación que hacía imposible el contacto con ellos.
Participé muchas veces en los actos de oración de los monjes y de nuevo comprobaba que todo me era familiar. Podía unirme perfectamente a muchos de sus cantos; conocía nota por nota las melodías y algunas letras salían de mis labios como si aquellos himnos latinos los hubiese aprendido de memoria. Y tengo que decir que nunca he estudiado latín. Venían a mi mente recuerdos claros de haber estado muchas veces, no como ahora detrás de la reja sino en el mismo coro cantando con los monjes.
Necesitaba contactar con ellos y descubrí la oportunidad: durante todo el día había un padre atendiendo a los que querían confesar. Hablaría con él y le explicaría lo que me estaba sucediendo.
Cuando me acerqué al confesionario de nuevo mi mente empezó a funcionar y a traerme recuerdos extraños. Aquel lugar era muy conocido para mí. Tuve la sensación de haber pasado allí sentado muchos momentos de frío y de soledad. En la penumbra era muy difícil distinguir la cara del monje que me atendía pero aquella imagen borrosa que veía a través de la rejilla me devolvía de nuevo a tiempos pasados. Algo me decía que en aquel lugar había sucedido algo muy importante, algo relacionado con mis pesadillas y mis visiones.
- Descarga tus pecados ante el Señor, hijo mío, y él te librará de lo que te inquieta. - dijo el confesor.
- Padre, necesito contarle algo.
- Habla sin miedo, que el sacramento del perdón te dará la paz.
- Hace tiempo que vengo teniendo extrañas visiones, ellas me han traído hasta aquí. No sé como explicarlo pero he descubierto que conozco perfectamente este lugar, conozco muchos de sus cantos en latín, tengo grabado en mi memoria cada rincón de esta casa. Necesito que me ayude. En una de las celdas existe una pared en la que hay un pequeño parche. Tengo que ir allí. Es la celda que aparece en la foto de una revista.
- Lo que usted me cuenta es ciertamente insólito. Debe saber que según nuestras normas no puede entrar a la clausura del monasterio. Está reservada únicamente para los monjes. Pero si la celda apareció en una revista debe estar en la parte que pueden visitar los turistas. Para ir allí no tendrá ningún problema.
- Pero ¿usted me ayudará?
- Está bien, haré lo que pueda.
Una vez dijo esto, sacó un pequeño cuaderno de su bolsillo y con un lápiz anotó algo en él. En ese momento vino de nuevo a mi mente aquella escena en la que yo anotaba algo en un papel con una pluma. Esta vez sí que era nítido mi recuerdo. Yo me encontraba en aquel confesionario y había escrito en el papel algo sobre un pecado. Ciertamente después de todo lo que ha pasado no puedo decir, de ningún modo, lo que recuerdo que había escrito. Pero pude recordarlo todo, hasta el color de la tinta y la forma extraña de la letra.
A partir de ese momento ya no tenía ninguna duda. Alguna vez, en una vida anterior, yo había sido un monje en aquel monasterio, muchas veces había estado confesando en aquel lugar. Por algún motivo anoté un pecado que alguien me confesó en un papel. Yo tenía la certeza de que esto había sucedido así. Pero ¿Quién podría creerme?
Dormí en un hotel cercano al monasterio y volví a tener uno de mis sueños extraños. Alguien hablaba conmigo:
- Tienes que destruirlo, no podrás descansar hasta que no lo destruyas definitivamente. Tienes que destruirlo antes de que alguien lo encuentre.
Cuando me desperté seguía sintiendo aquella voz dentro de mí. Al ir a lavarme la cara, de nuevo el espejo me hizo ver otra cosa: esta vez yo me veía vestido con un hábito viejo, con una larga barba y la cabeza afeitada. Me detuve mirando mi propio reflejo durante un rato. Esperaba que desapareciera enseguida, como siempre ocurría, pero esta vez me permitió verlo todo despacio.
El reflejo, siendo distinto, hacía todos mis movimientos. Eso hizo posible que abriera mi boca, mirara mis orejas y me observara con todo detalle. Luego tuve ese lapso de tiempo en blanco y todo volvió a la normalidad.
Yo sentía mucha prisa por saber cómo iba a ser el desenlace de todo. Me apresuré a ir de nuevo al monasterio. Confiaba que aquel buen monje me atendería nuevamente. Dentro de mí sentía que conocía perfectamente la forma de llegar a aquella misteriosa celda. Estaba convencido de saber con exactitud donde se encontraba aquel pequeño parche en la pared. Hasta tenía la seguridad de conocer el motivo porque el que aquella pared tenía ese parche.
Me dirigí al monasterio y volví a la iglesia para acercarme al confesionario. Confiaba que estaría allí de nuevo aquel monje. Pero no fue necesario. Aquel hombre me estaba esperando sentado en uno de los bancos. En la penumbra de aquella fría iglesia apenas podía distinguir el rostro del religioso que se había cubierto con la capucha.
- Acompáñeme. Quiero que vea usted algo.
Me quedé sorprendido por aquellas palabras. Estaba a punto de decirle que yo sabía perfectamente a donde tenía que ir. Él se llevó un dedo a la boca para indicarme que guardara silencio. Salimos de la capilla por una puerta interior y comprendí que estaba entrando en la clausura, en aquellos aposentos reservados únicamente a los miembros de la orden. Pronto iba a comprender la razón de ese privilegio.
En una gran sala amueblada con cajoneras de madera muy antiguas existían varios cuadros de los abades de aquella casa. El monje me indicó que lo siguiera y me presentó ante el retrato de un monje que me hizo contener la respiración.
- Habría tomado todo lo que usted me ha dicho por un delirio de no ser por este cuadro. Toda la noche he soñado con esta habitación y con este cuadro. Mírelo bien y dígame qué es lo que usted ve.
Yo estaba enormemente sobrecogido, apenas sabía qué decir.
- ¿Quién es ese hombre? - pregunté.
- Es el padre fray Eusebio de la Divina Misericordia. Fue abad de este monasterio. Sabemos que venía gente de muchos lugares a confesar con él y que durante su vida tuvo fama de santo. Después pasó el tiempo y se fueron olvidando de él poco a poco.
- Sé que esto parece un disparate, es una verdadera locura, pero ese hombre... estoy seguro, ese hombre soy yo. He vuelto porque tengo que eliminar aquella nota que tomé en el confesionario. Tal vez usted no lo comprenda, pero yo hice algo indigno y tengo que reparar ese mal.
- Yo le entiendo. Este cuadro, habla por sí mismo.
Sin lugar a dudas el monje que había en aquel cuadro era yo mismo. Era aquella misma imagen que hacía unas horas había visto reflejarse en el espejo. Podía recrearme en los detalles tal y como lo había hecho en el hotel. Pude examinar su barba, su cabeza rapada, sus orejas. Por eso no lo dudé. Sabía que aquel hombre era yo. Por fin había descubierto quién era y qué tenía que hacer.
- Pues si usted me cree tiene que permitirme que haga lo que me ha traído aquí. Si le digo la verdad no puedo explicarle porque sé todo esto. Pero yo soy ese padre abad al que acudía mucha gente para confesar. Sé que una vez anoté en un papel un pecado. Sé también que lo hice por envidia. A pesar de mi aparente bondad yo sentía odio por aquel hombre que puso en mí su confianza, por eso escribí su pecado y lo escondí en la pared, con la perversa intención de que alguna vez fuera descubierto.
- Tiene que reconocer que lo que me está contando es algo difícil de creer. Ya le he dicho que fray Eusebio tenía fama de santo.
- Pero cada uno se conoce mejor que nadie a sí mismo. Permítame que saque esa nota de la pared y la destruya para que jamás pueda nadie saber lo que en ella hay escrito.
El monje y yo nos dirigimos a aquella celda. Yo estaba temblando. Estaba tan seguro de lo que me iba a encontrar que todo mi cuerpo se había revuelto, el corazón me latía con fuerza y sentía las piernas casi dormidas.
Cuando llegamos a aquella habitación sentí una emoción muy extraña. Era como volver a un lugar familiar y querido donde había vivido muchos años. Inmediatamente me dirigí a trozo de pared parcheada. Llevaba un destornillador en el bolsillo y con él me puse a raspar en aquel sitio. Tal y como yo sabía, al momento llegué a un lugar hueco. Con un pequeño golpe cedió y apareció una cajita de madera muy deteriorada y dentro de ella estaba aquel papel.
El monje que me acompañaba miró todo aquello estupefacto y él mismo me condujo a la cocina del monasterio. En uno de aquellos fogones dejé caer la cajita con su contenido y los dos estuvimos viendo cómo las llamas la consumían. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Sentía que me había liberado de un enorme peso y llegó a mí ser una paz inmensa.
Cuando regresé a mi hogar mi familia no podía creerlo. Me habían visto presa de una tremenda depresión y casi rozando la locura; pero ahora volvía con energías y ganas de vivir. Con la satisfacción del deber cumplido.
Ahora todo va a terminar definitivamente. Hace unos días el médico me diagnosticó una enfermedad letal y no tardará más de tres meses en visitarme la muerte. Pero no tengo miedo, lo he afrontado con paz. Sé que he llevado a cabo la tarea que me había devuelto a este mundo.
Qué decir... Increíble!! Me encantó. Muchas gracias Celedonio por hacernos disfrutar de tus cuentos :)